martes, 16 de noviembre de 2010

Todo es de mentira.


-¿Cómo?

-Que todo es de mentira. Las frutas son de plástico, la ropa que está allá no es mía, las fotos en los marcos son recortes de gente que desconozco…

-¿Las sillas son de verdad? ¿Me puedo sentar? -La interrumpí.

-Siéntate en la mesa mejor, uso las sillas como repisas, o como mesas.

Por suerte había traído una bolsa con 12 cervezas de verdad y habíamos comido unos completos hace poco, así que no tenía hambre.

-¿Vives hace mucho acá? –le pregunté.

-No tanto. Depende.

-¿Depende de qué?

-De con qué lo comparamos, o cuánto has vivido.

-Ok. Entiendo.

-No. No entiendes. No es tan fácil, -dijo, mientras encendía la tele que estaba vuelta hacia la pared para que funcionase como radio-. No es fácil porque uno no sabe cuánto vivirá y entonces el porcentaje puede cambiar…

-Tienes razón, no entiendo.

-Mira… imagina que yo vivo hace un año acá…

-De acuerdo.

-Pues bien, si yo tengo ahora, digamos 25 años, quiere decir que he pasado el 4% de mi vida viviendo acá… pero eso sería si es que muriera hoy, o sea esta noche, y si es que fuese verdad que tengo 25, o que vivo hace un año acá…

-¿Y es verdad?

-¿Qué cosa?

-No sé, que vives hace un año acá, o que tienes 25 años…

-No. Todo es mentira, ya te dije. Además no sabemos cuánto vamos a vivir… así que el porcentaje puede seguir variando, y no depende de nosotros conocerlo.

Entonces hizo una pausa y se tomó una lata de cerveza de un solo trago.

Yo, mientras, miraba la casa –que era en verdad un espacio de un solo ambiente y con un altillo- y comprobaba que lo que decía aquella chica era cierto.

Tenía plantas en ollas o en vasos, la hora en el reloj del lugar estaba detenida, y hasta tenía un gato que se llamaba perro, que dormía sobre una toalla que la chica decía que era alfombra.

-¿Te llamas Vian, cierto? –me preguntó.

-Sí.

-No me has preguntado cómo me llamo.

-No.

-¿Por qué?

-Porque todo es mentira, supongo, y no me gustan las mentiras.

-Ja, estás perdido entonces –me dijo riendo-, si llegaste acá y no te gustan las mentiras es porque estás perdido…

-Llegué acá por otras razones –le dije, mientras me dirigía al baño.

-Si quieres mear hazlo en la tina, -me advirtió- tengo unos peces viviendo en el wáter y un paquete de acelgas remojando en el lavamanos.

Al final no le hice caso y preferí hacerlo en el patio.

-¿Tú ya habías estado aquí, cierto? –me preguntó.

-¿A qué te refieres?

-Que tú habías estado aquí antes, se te nota.

Yo guardé silencio. Y abrí otra lata de cerveza.

-Estás mirando todo como si quisieras reubicarlo, como si buscases una sensación perdida, o algo así.

-¿Y para que me serviría buscar una sensación?

-Para entenderla, quizá, no sé. Yo no estoy buscando ninguna. Pero a ti se te nota y estás cagado porque si la encuentras no será la tuya. Aquí todo es de mentira, acuérdate.

-Entonces no la encontraría.

-¿Cómo?

-Que si encuentro una sensación que no es la mía entonces es lo mismo que no encontrarla…

-Ja, no… no entiendes las mentiras. Es lo mismo que dijeras que no viniste aquí porque éste sitio es otro, o es de mentira… en el fondo sigue siendo el mismo sitio…

-Pero de mentira.

-Digamos que sí, para ahorrar trabajo, pero es más complejo, por supuesto.

Fue pasando así el rato. No supe cuánto fue porque no había donde verlo, pero estaba por acabarse la última lata y estaba intentando recordar cómo fue que llegué nuevamente a aquel sitio.

-Si quieres que lo hagamos va a tener que ser de pie, contra las paredes… -me dijo la chica.

-¿Qué?

-Que si quieres que lo hagamos… tener sexo, culear, como quieras decirlo, va a tener que ser contra una pared. A mí me gusta apoyar las palmas y que lo hagas fuerte, como presionando hacia la pared, y yo empujando hacia tu lado.

Entonces la chica se paró. Se apoyó contra la pared y de vez en cuando volteaba para verme. Se movía un poco y comenzó entonces a subir el vestido ajustado que llevaba puesto.

-¿No quieres venir? –me preguntaba.

Yo en tanto tenía una mezcla de sensaciones. Estaba excitado por supuesto, pero además había otras cosas mezcladas, y además estaba el gato perro, que miraba desde un costado de la escalerilla que daba al altillo como si no tuviera vida.

-No tengas miedo –me decía la chica, mientras seguía moviéndose y levantándose el vestido-. Las mentiras hacen menos daño que la verdad y puedes negarlas cuantas veces quieras…

Entonces me fijé en una sombra que pasó junto a la ventana. Una sombra extraña, pues la recuerdo ahora como algo brillante, aunque breve, y que iluminó el rostro de la chica que me pareció de pronto el de una niña pequeña, triste incluso, y como obligada a estar ahí.

Me dio miedo, y la excitación se fue de golpe, por lo que aproveché ese momento para salir del lugar, correr hacia el portón y largarme por una pequeña calle de tierra que conectaba con otra más grande, aunque igual de oscura.

Mientras corría, sin embargo, sentía pena por la niña. Esa que vivía en una casa en la que todo comenzaría a revelarse como mentiras, y descascararse poco a poco… un mundo hecho a base de sensaciones perdidas, no terminadas, arrancadas de golpe cuando aún estaban vivas…

-Esto es lo que escogiste, pequeña –imaginaba que le decía, mientras corría-, no tengo más que decirte... y bueno, que tengas buena suerte...
.

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