miércoles, 17 de noviembre de 2010

Sobre dioses que desaparecen.

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0.

Leo un libro de textos literarios hetitas. Recopilación de fragmentos, principalmente. Lo compré hace años para trabajar con las variaciones que presenta la figura de Gilgamesh en aquella versión, y que me interesaba bastante en aquel entonces.

En la lectura que hago hoy, sin embargo, me llaman más la atención algunos fragmentos que relatan historias sobre dioses desaparecidos, y distintos ritos que desembocaban, generalmente, en su regreso.

Por lo general, los fragmentos hablan de las consecuencias de la ausencia de algún dios, de la búsqueda de éste, y, a veces, de su regreso.

En ninguno de ellos, sin embargo, se ha conservado referencia alguna que explique las desapariciones, o el lugar en el que ellos permanecen luego de "desaparecer".

Dichos fragmentos parecen faltar, según el texto, o se encuentran perdidos o ilegibles, y tampoco hay inferencias de los recopiladores y críticos al respecto.

Quizá es por eso que cuando leo aquellos fragmentos, siento que carecen de la razón necesaria y fundamental para entregarnos hoy día un significado completo y ser un aporte real, -más allá de la indudable riqueza poética que poseen- y revelarnos todo aquello que, como mito, contienen.

I.

El Dios Telipinu, es uno de aquellos cuya pérdida, o alejamiento, es posible rastrear en mayor número de fragmentos, sin embargo, como decía anteriormente, no nos es posible ver qué fue aquello que lo llevó a desaparecer y sólo sabemos, en primera instancia, las consecuencias que provocó en el mundo, su ausencia:

"...Y así las vacas, las ovejas y las mujeres no quedan preñadas, y las que ya estaban preñadas, no paren. (...) Las montañas se secaron; los árboles se secaron y no echaban yemas. Los pastos se secaron, los manantiales se secaron. En la tierra sobrevino la escasez y los seres humanos y los dioses perecían de hambre..."

Es decir, la vida entera parece detenida luego de la ausencia de Telipinu. No se trata de la llegada de la desgracia como una fuerza externa, sino que la ausencia del Dios constituye, en sí misma, la verdadera desgracia.

Los fragmentos también nos muestran la búsqueda de Telipinu, el envío de mensajeros y rastreadores por parte de los otros dioses, hasta que por fin da con él una pequeña abeja, quien es la encargada de hacerlo volver.

Sin embargo, el volver del Dios está lleno de desgracias, de violencia. Telipinu parece regresar encolerizado, lleno de ira que arroja contra el mundo, quien lo sacó de su "muerte", o de su "desaparición":

"Telipinu llegó furioso. Tronó, entre relámpagos, y golpeó, abajo, a la oscura tierra. (...)

-Yo me encolericé y me fui. ¿Por qué vosotros me volvisteis al movimiento? ¿Por qué me hacéis hablar cuando estoy furioso?

Se puso aún más furioso. Detuvo la rumorosa fuente, desvió las corrientes de los ríos y los hizo desbordar sus orillas. Derribó las ciudades, derribó las casas. Hacía perecer a la humanidad, hacía perecer a las vacas... Los dioses estaban desesperados..."

Por último, en relación a Telipinu, un fragmento muestra su apaciguamiento a partir de unos ritos que parecen, extrañamente, transformarlo en otro Dios, devolverlo a su "muerte" y elegir otra presencia que lo reemplace.

II.

Algo similar a lo que ocurre con Telipinu, se desarrolla también en otros fragmentos donde se narran las desapariciones del dios del sol y del dios de la tempestad.

Nuevamente está el alejamiento cuyo origen no se explica, y el regreso a través de largos y extraños rituales que parecen restituir a un Dios.

Pueden variar elementos, por supuesto, pero esencialmente se repiten los mismos acontecimientos, -con la salvedad que en el caso del dios sol, puede observarse la presencia del Letargo, como un personaje que coincide con la desaparición-, como si fuese la ausencia de voluntad la que los llevase a desaparecer y el Letargo, -aquello que sobreviene a su desaparición- una fuerza que los reemplaza aquí en nuestro mundo.

III.

Pero, ¿por qué desaparece un Dios? ¿Qué es aquello que lo lleva a ausentarse o dejar de manifestarse en el mundo de los hombres? ¿Cuál es la fuente de aquella cólera que lleva al Dios Telipinu a destruir todo cuando es llamado a regresar?

A esas preguntas le doy vueltas y trato de determinar también si lo correcto sería describir nuestro mundo como uno dado en ausencia de Dios, o uno en el que nuestros dioses se muestran encolerizados.

Eso pienso cuando siento que la clave -para entender mejor lo que nos sucede hoy en día- está dada justamente en la figura del Letargo.

Y es que el Letargo se opone, en el mito, a todos aquellos Dioses que buscan al Dios perdido, y los va frenando uno a uno, anulándonos.

De hecho, hacia el final del fragmento donde el Letargo es nombrado, se dice que el Dios de la Tempestad, el último en sucumbir, le amenaza diciéndole que si bien puede detenerlos, no podrá hacer lo mismo con sus ojos:

"Aunque te apoderes de estas manos y estos pies, no te apoderarás de mis ojos"

Y sí, de alguna manera siento que ese es el mundo que queda hoy día. El mundo dominado por el Letargo. Donde los ojos del Dios de la Tempestad nos miran, mientras él parece esperar el momento crucial para enfrentarse al Letargo en una última batalla.

Sin embargo, lamentablemente, hoy en día se le teme más a la tempestad que al letargo, y parecemos conformarnos con la ausencia de aquellos dioses, y con el cese de la voluntad, que emanaba de ellos.

Quizá sea más fácil entonces crear nuevos mitos, unos más acordes con nuestros temores actuales. Temores que se enraízan con un miedo a la vida entendida como tempestad, como movimiento, como transformación, e incluso, como muerte.

Y es que buscar la pasividad, entender mal la vida, aletargarnos hasta que llegue el momento de desaparecer completamente, parecen ser hoy las conductas adecuadas. Queremos un Dios dormido, un Dios que sea sólo ojos... y bueno, supongo que tenemos lo que merecemos. Y no hay más.


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