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“Es como los niños a quienes
se ha mimado demasiado de pequeños:
mueren jóvenes.
La vida no está hecha para eso;
la felicidad es algo monstruoso,
y quienes la buscan son castigados…”
Gustave Flaubert.
Gustave Flaubert.
¿Y qué se puede buscar si no es la felicidad? alegan algunos.
Yo los observo y me quedo en silencio porque además no tengo respuesta.
Entonces ellos hablan de la vida, de las recompensas de la vida, de la felicidad explícita, o agazapada y su discurso suena coherente, y hasta me sorprendo meneando la cabeza, como si asintiese, y aceptase sus razones.
-Mi abuelo murió a los 115 años -escucho decir a alguno-, y ocurrió durante un sueño. Eso es alcanzar la felicidad.
Los otros brindan por eso. Y yo también brindo, pero sólo por tomar.
-¿Qué ocurrió? -le pregunto entonces al tipo de la historia, como si no hubiese escuchado.
-Que mi padre murió a los 115 años -me repite, entusiasta-. En un sueño. Sin dolor.
Yo me hago el hueón y le sonrío. Y me excuso para servirme un nuevo trago. Y me lo tomo.
Luego, les cuento la historia de un amigo al que le pusieron el nombre de un hermano suyo que murió a los pocos días de haber nacido.
-Le pusieron el nombre de un muerto -les digo-. De un fiambre pequeñito.
Ellos entonces me miran y ríen, y vuelven al tema de la felicidad, así como alguien se vuelve de pronto hacia su propio vómito.
-Mis padres estuvieron casados 45 años -comienza a contar otro-. Nunca los vi pelear y murieron prácticamente juntos, sólo por un día de distancia... y ambos fallecieron sin dolor...
La historia parece merecer otro brindis. Y yo me alegro por eso, al menos.
Interrumpo entonces nuevamente a los otros y cuento otra historia. Les hablo de un preso que iba a ser liberado y que quería cambiar su vida. El preso en cuestión -les digo-, luego de salir de la cárcel, lo primero que hizo fue ir al dentista, donde murió por exceso de anestesia.
Los otros sonríen nuevamente, pero veo que nadie brinda por mis historias, así que recalco aquello que creo ha de hacerles cambiar de opinión:
-Murió sin dolor -termino.
-Mmmm... -dice uno.
-Mmmm ¿qué? -le digo yo.
-Que eso es distinto -me dicen-. Eso es una desgracia.
Yo guardo silencio y finjo entenderlos. Y elijo no discutir.
El encuentro sigue entonces por la misma línea. Alguien cuenta una historia de lo que entienden por felicidad. Luego todos se alegran, y bebemos otro trago.
Es como estar en esos grupos de ex-soldados donde se muestran cicatrices de guerra y todos buscan que la suya cause una mayor impresión en los demás.
-Yo creo que alcanzar la felicidad -dice otro que está más afectado por el alcohol-, es la única hueá que vinimos a hacer acá...
Los otros asienten, y le aplauden... y llaman al garzón para que traiga otras botellas.
Luego hablan de dinero, de fútbol, y de las tetas de las chicas que están en la otra mesa. Por último retoman el tema ese, de la felicidad, aunque el tema, al parecer, se ha agotado bastante.
-Y así con la felicidad -dice uno.
-Así no más po -dice otro.
Y guardan silencio.
Una hora después nos vamos del local, y hasta se termina el día.
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