lunes, 13 de julio de 2020

Apenas.


Vuelve a la ciudad y no la reconoce. O más bien la reconoce apenas. Carga un bolso pequeño y se sienta en una banca antes de decidir a dónde ir. No ha venido desde hace años y prácticamente ya no queda nadie conocido. Una hermana con quien se saluda cada navidad vive en la parte más pobre de la ciudad. Esa parece ser, por cierto, la única opción viable. Intenta recordar lugares, mientras observa su entorno, pero siente que se está engañando. Tanto la ciudad que él recuerda como el recuerdo de él mismo en esa ciudad parecen un engaño. Bien podría él haber nacido hoy y nada sería distinto. Camina un poco. Unos cuantos minutos mientras decide si comprar algo para beber o pasar a comer a un local, para aprovechar de pedir el baño. Tiene poco dinero, pero si llega donde la hermana podría tranquilizarse en ese aspecto. Ahí al menos habrá saludos, una comida y un techo. Al menos por un par de días. Luego tal vez haya que decidir algo nuevo, pero no quiere pensarlo ahora. Esa es una tarea para un yo que todavía no ha nacido, y que tal vez no nazca, simplemente. No vale la pena preocuparse. Mira la dirección anotada en su libreta. Ya nadie usa libretas, pero el encontró una, antes de marcharse. La dirección está ahí, al menos, escrita con una letra temblorosa. Cierra los ojos antes de levantarse y dar un nuevo paso. Antes de hacerlo intenta recordar su nombre, como le enseñaron, jugando con una canción. No recuerda nada, sin embargo. Ni su nombre ni la canción. De todas formas, son cuestiones que no se necesitan. Después de todo, puede tararear cualquier cosa y hasta inventarse un nombre, si así lo desea. Lo importante es tener a donde ir, saber dar el paso próximo. Y él lo sabía, al menos hasta hace un rato. Esta ciudad, este bolso… Él sabía todo eso, por supuesto. No es tan terrible. No es para exagerar. Ya está acostumbrado a que le pase.

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