sábado, 11 de julio de 2020

Contra el Partenón.


I.

Dicen que Tucídides se opuso a la construcción del Partenón, porque pensaba que, a futuro, dicha construcción haría ver al pueblo ateniense, y a la civilización de la península en general, más grande de lo que verdaderamente había sido.

Esta posible consecuencia que quería evitar Tucídides, si bien se basaba en la valoración permanente de una verdad histórica, buscaba también que las futuras generaciones no se sintiesen opacadas por tiempos pasados, creyéndose incapaces de alcanzar logros que no reflejaban, necesariamente, los verdaderos alcances de esa cultura.

Y es que, al nacer cerca del Partenón, argumentaba Tucídides, un nuevo ciudadano podía sentirse incapaz de sobrepasarlo, o, peor aún, podía emplear su vida entera en crear una nueva construcción todavía más grandiosa, descuidando de esa forma otros avances, hechos a la medida, entre otras cosas, de sus verdaderas necesidades.


II.

El Partenón se construyó, sin embargo, y poco importaron las razones de Tucídides.  Con el tiempo, dejó de usarse como templo pagano y fue utilizado como iglesia bizantina, latina y musulmana (en distintas épocas, por supuesto), y hasta como depósito de pólvora, si creemos en la versión que explica la explosión que lo dañó gravemente en el siglo XVII.

Luego, según entiendo, lo despojaron de sus estatuas y frisos y, si bien no muchos utilizan esta palabra cuando lo describen, podríamos decir que el Partenón, desde entonces, está en ruinas.


III.

A veces sueño que no hay Partenón. Que ni siquiera están sus ruinas. Que el mundo del hombre, por alguna razón que desconozco, está en pleno nacimiento. Me agradan, por cierto, las sensaciones que deja ese sueño. Como el niño que hace torres con sus bloques y luego los derriba, para poder comenzar de nuevo. La sensación que por pequeña que sea una construcción, o por mínima la civilización de la que formemos parte, esta puede ser hecha desde cero. Sin intención de permanecer ni de prevalecer ante otras, fijándonos únicamente en nuestras necesidades.

Sin pirámides, sin grandes edificios, sin Partenón. No construirlos, digamos, justamente porque podemos. Renunciando a ellos, entonces. Abdicando de un reino que no construimos a nuestra escala. Un hogar, en definitiva, en vez de un Partenón.

Y tal vez ni siquiera un hogar.

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