viernes, 6 de marzo de 2020

No está tan mal.


No está tan mal dormir tres horas diarias. Lo vengo haciendo casi toda mi vida y ya ven. O sea… no ven, directamente, pero leen al menos, de cuando en cuando. Mi salud no es peor de los que duermen ocho horas… y mis inconsistencias tienen su origen en algo muy distinto a la cantidad de horas que duermo. Lo comprobé hace un tiempo, cuando estuve cerca de un año cambiando hábitos entre los que se contaba dormir unas pocas horas más y las cosas no mejoraron mucho. Lo hice por varias razones, entre las que estaban las palabras de un doctor que, tras hacer una serie de cálculos, me dijo que mi cuerpo debía ser diez años más viejo que el de alguien de mi edad, debido al desgaste y al trabajo que el estar despierto suponía. Tras esto, me enumeró una serie de ventajas que traería consigo el dormir tres horas más. Algunas de ellas me entusiasmaron y le hice caso. Entonces, durante varios meses dormí esas horas más. Intenté verlo de aquel modo aunque lo cierto es que de vez en cuando sentía que había reducido algo importante… De esta forma, cuando ya me había acostumbrado a dormir unas horas más y no veía mejora alguna, fui de nuevo a ver al doctor. Le expliqué que no me sentía más descansado y que la energía que tenía, según mi percepción, era la misma. Tal vez deba intentar llegar a las siete horas diarias, me dijo entonces, o a las ocho. Piense en su cuerpo como un motor. Está hecho para funcionar despierto una cantidad de años. Usted lo está gastando todo de inmediato. Miré en ese instante al doctor un instante sin decir nada. Me pregunté si su calidad de vida sería mejor que la mía. Observé con detenimiento el lugar en que atendía y lo vi mirar su reloj y sonreír forzadamente. Usted está mintiendo, le dije finalmente, antes de irme. Ni usted ni yo tenemos la autoridad suficiente para hablar de calidad de vida. Él no agregó nada y yo me fui. Llegué a casa y esa misma noche volvía a dormir menos. Tres horas menos, aproximadamente. Durante esas horas hice cosas que tal vez fueron valiosas, o tal vez no. Por lo mismo (para mantenerlas en ese estatus), ni siquiera las voy a mencionar acá. Como conclusión, diré que la naturaleza es más cruel de lo que nos hace creer, sin duda, pero sabe lo que hace.

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