martes, 3 de octubre de 2017

Suenan campanas, en mis manos.


*
Me llevo las manos a los oídos y descubro que suenan campanas.
En ambas palmas, me refiero.
Eso es lo que descubro.

*
A ritmos irregulares suenan las campanas.
Como si un monje loco las tocara suenan en mis manos.
Eso es lo que percibo.

*
No son un llamado para ir a sitio alguno.
No indican el comienzo ni el final de algo.
Son repiques que nada significan.

*
Su sonido es libre como moscas revoloteando en la habitación de mis manos.
Incómodo y molesto, decía, como moscas.
Han de morir pronto, pero igualmente su vida, desespera.

Nada ha cambiado, me digo, solo ocurre que suenan campanas en mis manos.
Suenan campanas, mientras alejo mi mente del sonido.
Bajo el sonido, sin embargo, la sangre palpita como siempre.

En otro tiempo la desesperación se habría entrometido.
E incluso hubiese pensado en arrancar mis propias manos.
Pero la habitación –aprendo-, no es culpable del que habita.

*
Dejo así que el monje aquel siga haciendo de las suyas.
Y dejo que las moscas revoloteen entre mis manos.
Un reloj, en la distancia, intenta encontrar explicaciones.

*
Tal vez un ahorcado esté colgado en las campanas de una iglesia.
O si prefieren: todo ha de morir o ya está muerto o ya no importa.
La sangre, sin embargo, sigue palpitando como siempre.

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