jueves, 5 de octubre de 2017

A todos les dio por leer en público.


Hubo un tiempo en que a todos les dio
por leer en público.

Por leer en voz alta, me refiero,
y en público.

En un principio fueron creaciones propias,
pero a veces
alguno que se creía más listo leía un fragmento
de Dosto, o de Kafka, o hasta Eurípides
sin dar aviso
y uno tenía que andarse con cuidado para no decirles
que escribían como la mierda,
y poner atención a los textos.

Con todo, nosotros íbamos ahí
principalmente por el vino,
y en segundo término
para reírnos de los otros
y analizar esas poses raras
que asumían
al leer ante los demás.

De vez en cuando armábamos alboroto
desenchufábamos micrófonos,
robábamos el vino,
reíamos en voz alta a la mitad de sus versos
o hasta intentábamos armar pelea…
pero esos poetas no peleaban.

Esto fue hace años,
pero todavía hoy, de vez en cuando,
leen en público.

Publican sus libros,
se leen entre ellos,
comparten datos de editoriales
generalmente menores.

Y claro,
nosotros seguimos con el vino
aunque ya casi
ni armamos alboroto.

Todos escribimos
supuestamente en serio,
pero no mostramos nada de aquello
y hacemos como que no importa.

Les dejamos a ellos, por lo tanto,
el podrido mundo de las letras.

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