lunes, 30 de octubre de 2017

Helado.


Sirves helado.

En copas, sirves el helado.

Te gusta ordenar los sabores y adornas las copas lo mejor que puedes.

Sueles llenar cuatro copas.

A veces, según la temporada, picas fruta.

Incluso, te esfuerzas para que cada copa quede de forma similar.

La misma cantidad, me refiero.

Las mismas variedades.

A medida que lo haces, vas lavando y guardando los utensilios que ocupas.

Luego, llevas al refrigerador el helado restante.

Te gustaría sentir delicadeza en lo que haces, pero no es así.

Lamentablemente no es así.

Y es que tus movimientos son fríos, como el mismo helado.

Correctos y perfectos, pero fríos.

Eso piensas mientras miras las cuatro copas, sobre la mesa.

Cada una a una misma distancia.

Las observas hasta que la primera de ellas muestra efectos de derretirse.

No te gusta eso.

Se desarman de a poco los sabores y es imposible entonces que cada copa se muestre igual.

A veces retrasas guardando las copas al interior del refrigerador.

Aunque eso, en definitiva, solo retrasa lo que es inevitable.

Tal vez por eso, en general, sueles desarmar y lavar las copas esa misma noche.

Salvo la fruta, todo se disuelve y se va, junto al agua.

Las copas son lavadas con cuidado y regresan a sus lugares.

Incluso tú te duchas, luego de eso, antes de ir a la cama.

Y claro, te gustaría sentir delicadeza en lo que haces, pero no es así.

Finalmente, repasas tus acciones mientras llega el sueño.

Ni siquiera te gusta helado.

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