lunes, 23 de octubre de 2017

Buena vecindad.


Las dos vecinas tenían  perros iguales.

Eran hermanos de una misma camada que un tercero en común les vendió.

No supieron de ese hecho hasta que, casualmente, quisieron contarse la novedad y terminaron sorprendidas.

De hecho, más que sorpresa, lo que surgió en cada una de ellas fue principalmente una molestia.

No lo asimilaron hasta que, en medio de una conversación, creyeron necesario que una de ella debía cambiar el perro.

Trataron de fundamentar la solicitud en alguna razón práctica, pero ambas sabían que no había buenos sentimientos involucrados.

Así, decidieron un día echarlo a suertes.

Pondrían un aviso cada una para la venta de su cachorro, y aquel que se vendiera primero, debía comprometerse a hacerlo y comprar otro perro.

Los anuncios, por cierto, debían ser exactamente iguales.

Ambos con una foto y un precio en común, me refiero.

Pasados unos días un hombre contactó a una de ellas para comprar el cachorro.

Y claro, como la forma de hacerlo era a través de un mensaje público, no podían pensar que había existido algo raro en el asunto.

Entonces, un poco arrepentida, la vecina cuyo perro había sido solicitado, no tuvo más remedio que venderlo y recuperar su inversión.

Aún no compraba otro perro cuando supo que el cachorro de su vecina estaba gravemente enfermo.

Extrañamente –aunque no lo reconocería nunca-, se alegró con la noticia.

Así, ocurrió que el cachorro de su vecina murió a los pocos días, pues al parecer le habían aplicado mal la dosis de una vacuna.

Entonces, la vecina que había vendido su cachorro habló con ella y hasta le dio el pésame, aunque ambas sabían que tras ello, existían sensaciones menos limpias.

Y claro, si bien esto sucedió hace unos meses, lo cierto es que ninguna todavía ha comprado una nueva mascota.

Y es que como ambas descubrieron que están embarazadas, quizá han decidido postergar esa decisión, pues no quieren tener mayores responsabilidades.

Muy pronto, supongo, se contarán mutuamente, esta nueva noticia.

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