jueves, 19 de octubre de 2017

Hipnosis, casi.


I.

Me intentan hipnotizar con una moneda.

La miro fijamente mientras la mueven ante mis ojos.

Intento ceder, por cierto, pero algo en mí no se deja.

Finalmente el hipnotizador se cansa.

Para compensar su fracaso me regala la moneda.


II.

Mirando la moneda descubro que algo, a fin de cuentas, ha ocurrido.

Y es que parece que sin quererlo, he hipnotizado a la moneda.

He aquí un par de pruebas:

La arrojo al aire y le digo mentalmente que salga cara (y sale cara).

La arrojo al aire y le digo mentalmente que salga sello (y sale sello).


III.

Miro la moneda y no se me ocurre qué más hacer con ella.

Y es que no puedo pedirle que hable o que flote en el aire, por ejemplo.

En cambio, me decido a decirle que pierda su valor y ver si me hace caso.

Así, la llevo hasta una tienda e intento pagar con ella.

Y claro, me la devuelven en catorce ocasiones, comprobando su obediencia.


IV.

Pasados unos días reafirmo una premisa:

No quiero gobernar siquiera un moneda.

Le doy la libertad, entonces, pero la moneda no se aleja.

Permanece ahí donde la dejo, como un sol frío.

Tampoco comprendo, digamos, su forma de ser libre.

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