El hombre sin imaginación sueña con anclas.
Todo el sueño observa desde una posición fija.
Las anclas están quietas, bajo el mar, y él no intenta mirar hacia la
superficie.
A veces pasa un pez, algún crustáceo, o hasta varios peces.
Pero también hay veces en que no ocurre nada.
Las variaciones son pocas.
Nunca en un sueño se ha elevado un ancla.
Nunca un movimiento brusco, siquiera.
Solo el movimiento del agua es perceptible.
Eso y pequeños cambios en la herrumbre de las anclas.
Poco más.
Tal vez nada más, incluso.
Ese es el sueño de hombre sin imaginación.
No le da importancia, en la vigilia.
De hecho, suele olvidarlo pocos minutos después que se despierta.
Otra vez el sueño, se dice, simplemente, al despuntar el día.
Y otra vez el día, por supuesto.
Así, resulta que una vez el hombre sin imaginación, intentó contar su
sueño, en la oficina.
Sueño con anclas, dijo.
Los otros lo escucharon y no se movieron.
Y claro, el hombre sin imaginación no dio más detalles y siguió trabajando.
Terminó unos minutos antes del tiempo así que guardó lentamente sus
cosas.
Sus gafas están en un sitio.
La chaqueta está donde debe estar.
Finalmente, el hombre sin imaginación observa nuevamente la herrumbre.
Ya no sabe, en qué sitio se encuentra.
Muy buen poema. Lleno de un misterio especial... de algo más allá de lo rutinario.
ResponderEliminarUn placer volver por aquí.
Un abrazo.
Gracias.
ResponderEliminarSaludos.