-Yo no estoy sorda –alegaba la abuela-, lo que pasa
es que cada vez hay más cosas que suenan como un tren… cosas que llegan y se
van, incluso… cosas de metal que se llevan gente… cosas como trenes que suenan,
pero que no son trenes…
-¿Y usted las escucha, abuela?
-Claro que las escucho –dijo ella-.
Habría que estar sorda para no escucharlas… Lo que pasa es que yo tengo el
sueño liviano… bueno, dormir liviano realmente, porque sueños ya ni tengo…
además me gusta eso de escuchar… eso de que suenen otras cosas y que se muevan
y uno esté como fijo… ¿a ti no te pasa?
-¿Qué cosa?
-Lo que hablamos, pues… eso de
sentir que todo se mueve en torno tuyo… oír cómo vienen y van los otros… como
llegan y se los llevan…
-¿En tren? ¿Ese era el tren al
que usted le gritaba, abuela?
-No gritaba… eso son
exageraciones –agregó ella, sonriendo-. Lo que pasa es que acá los que debiesen
cuidarte no te cuidan y luego dicen que una está loca o que necesita más medicinas
y sedantes… tu sabes, mijo, para que no oigamos nada… para que nos olvidemos…
-Entonces usted dice que no gritó
sobre un tren, que no despertó a todos los otros y que lo que me cuentan a mí
son mentiras… ¿eso me está diciendo?
-Eso mismo. Pero tú puedes creer
lo que quieras. Yo sé lo que escucho y lo que no escucho y se también quiénes
llegan y quienes se van de acá… sé cómo lo hacen.
-¿Pero entiende que si no cambia
su actitud, ellos no van a sacarle las correas? ¿Por qué mejor no se comporta
un poco más sensata y…?
-Nadie es sensato –interrumpió-.
La vida no deja que nadie sea sensato… solo están los que saben y los que
fingen que no saben, y simulan también ser sensatos.
-¿Y no puede fingir usted?
-¿Fingir para que me desaten?
-Claro, para que la desaten y
para que no tengan que inyectarle esos sedantes…
-Pues yo ya estoy fingiendo,
chiquillo… ¿no ves? Y nadie me desata… Yo les digo que no hay tren… Yo les digo
que hay otras cosas que suenan como un tren…
-Pero tampoco les diga eso,
abuela. Dígales que no hay nada, que todo está bien… es sencillo.
-¿Decirles que no pasa nada?
-Claro.
-¿Que nadie se va… que nadie
llega? ¿Hacerme la sorda y cerrar los ojos cuando viene la máquina?
-¡Ve que ya empezó, abuela…!
¿Cómo quieren que la traten mejor si…?
-Y no quiero nada. Amárrenme si
quieren, pero la máquina va a venir por ellos también… si es que ya no vino.
-¡Pero abuela…!
-¡Cállate conchetumadre…! –gritó ella,
finalmente-. Ahí viene.
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