No lo voy a decir.
No lo quiero decir.
Pero a veces no decir, basta.
Me refiero a esa acción poco delicada
de arrancarse los pies
y dejarlos en el camino.
Pero claro…
No lo quiero decir.
Y es que de cierta forma
todo debe funcionar
como una huida…
Me refiero a hablar con los otros,
por ejemplo…
Hablar con ellos sin que noten
que estás haciendo un túnel
desde el interior de ti mismo.
Pero claro…
no lo voy a decir.
Porque uno debe seguir en el camino
y respetar las reglas.
Esa es una de las claves.
Otra es no decir.
Y otra,
-y esta va por mi cuenta-,
es dar pistas falsas.
Porque quizá en el túnel
caben dos,
por ejemplo.
O quizá incluso
no es un túnel.
No sé si me explico.
Ojalá que no,
por cierto,
porque no quiero arruinar
la sorpresa.
Me refiero a tocar tu hombro
mientras hablo en otro sitio.
O a despertar un día
al lado tuyo:
Sin pies.
Sin palabras.
Sin que adviertas siquiera
que estaba hablando
directamente contigo
cuando decía
-y no decía-,
estas palabras.
Y es que no lo voy a decir.
No lo quiero decir.
Pero a veces no decir, basta.
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