“No sobrevive
quien se sabe sobreviviente:
la vida es otra cosa”.
Otto Wingarden.
Suena extraño, pero el hombre se mostraba orgulloso
porque tenía un auto abollado… es decir, con la puerta hundida en el lado del
conductor, aunque todo lo demás parecía estar en perfecto estado. Y es que el
hombre, explicaba que el accidente había sido terrible, y que él -justamente el
conductor al momento del choque-, había resultado ileso.
-Soy un sobreviviente –decía, con orgullo.
Yo lo escuché contar la historia y recalcar que por
nada del mundo arreglaría esa puerta, pues era una prueba de su supervivencia,
y eso era claramente más importante que la incomodidad de tener que ingresar al
auto desde el otro lado.
Y claro, parecía incluso una historia simpática.
Con todo, debo reconocer que algo había, en ese hombre, que me
disgustaba.
Algo que debía estar tras ese orgullo, pensé, aunque no podía identificarlo bien... y que me llevó entonces a hablar más de la cuenta.
-Usted se equivoca por completo –le dije,
acercándome hacia donde estaba-. Usted no es especial… y es que si lo piensa bien,
todos, salvo los muertos, somos sobrevivientes.
-Pero yo soy doblemente sobreviviente –me dijo de inmediato, y hasta con el mismo orgullo-. Yo soy un sobre-sobreviviente.
-Mmm… -dije yo entonces, por decir algo.
Y claro, los tipos que lo acompañaban se rieron de mi
derrota.
Así, reservándome nuevos argumentos, acepté lo
absurdo de la discusión y decidí retirarme del lugar.
Los otros, en tanto, seguían riendo.
Los otros, en tanto, seguían riendo.
-Este hombre va a morir mañana –me escuché decir
entonces, en voz alta.
Justo entonces, me paralicé por completo, pues
comprendí que aquello que había dicho, era cierto, sin duda.
-Este hombre va a morir mañana –repetí.
Pero ellos siguieron riendo.
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