miércoles, 13 de febrero de 2013

Mirando los dientes al caballo.


Miento un poco.

Es decir, no miro los dientes,
pero los palpo.

Voy de caballo en caballo
hasta detenerme en uno.

Y es que de una forma extraña
e indolora
-o prácticamente indolora-,
ese caballo me mordió.

Entonces me detengo
y nos miramos.

Poco después me subo.

Él no me quiere arriba,
pienso.

Me bajo.

Nos miramos.

No sé por qué,
pero entonces algo me impulsó
a liberar ese caballo.

O sea,
le quité las riendas.

Lo solté.

Seguramente van a ir a buscarte
y será peor,
le dije.

Él me miro, simplemente.

Seguro.

Yo soy libre,
dijo entonces, finalmente.

Y por cierto,
agregó,
esto es hermoso,
pero tampoco es tu sitio.

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