-Ya te dije que no quería venir aquí… -dijo ella.
-Pero si tienen ensaladas –dijo él.
Entonces ella pareció pensarlo hasta que al final se
sentó a regañadientes y pidió una ensalada césar, sin trozos de pollo.
Él pidió una porción de papas fritas. Una bebida
dietética. Y alitas de pollo en salsa agridulce.
-Solo pedí alitas –dijo él, sonriendo.
-¿Y acaso eso no es carne…?
-Pero son solo alitas, no es tan grave…
Ella pareció molestarse, pero él no lo notó.
-Además los pollos no las usan –agregó él-. No te
has fijado que hasta pareciera que les incomodaran… si volaran tal vez, pero…
-No es chistoso –interrumpió ella.
-No lo digo a broma –continuó él-, es decir, sé que
los matan para quitarlas, pero en sí mismas no son esenciales… no les arrancan
la vida quitándoles las alas…
-¿Entonces tú quieres proponer la idea humanitaria
de hacer criaderos de pollos exclusivamente para quitarles las alas? –preguntó ella,
molesta.
-No, no necesariamente –dijo él-. Solo intentaba
llegar a un acuerdo… comer alitas, no el pollo mismo…
-¿Las alitas no son el pollo mismo? –interrumpió ella,
molesta.
-Claro que no, ya te lo dije –repitió él-. Son
cosas que no usan… es como si a ti te robaran esa ropa que ya no usas, o…
-Las alitas son partes de un cuerpo –dijo ella.
-Entonces es como si a ti te sacaran el apéndice…
-dijo él, cortante.
-Entonces a ti podrían sacarte el cerebro –dijo ella-,
y de paso el corazón…
-¿Tienes que ser tan grave para todo? –dijo él.
-La muerte de alguien siempre es grave –dijo ella.
-La muerte de algo –corrigió él.
-Tienes razón: algo ha muerto –dijo ella. Y se
marchó.
Por último, él salió tras ella, justo cuando ponían
en su mesa la orden de alitas de pollo.
De haber podido, pensé, hasta las alitas de pollo
se habrían ido volando.
El vegetarianismo es algo conflictivo. Más aun el veganismo, que no tiene el menor sentido.
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