viernes, 8 de febrero de 2013

¿No lo va a probar?

“En épocas de crisis,
se escondían mensajes de importancia
en las historias más triviales”.
E.T.P.


Me puso delante unos pastelitos de canela y un té de duraznos.

-Estuve toda la tarde haciendo los pastelitos –me dijo-, es una receta especial, heredada de mi abuela que venía de Holanda y que…

La explicación siguió un buen rato.

Yo fingía interés mientras el asco por la canela –que además de desagradarme me produce un estado alérgico convulsivo-, me llevaba cada cierto rato a aguantar la respiración y refugiarme en el té de durazno, que no estaba nada mal, por cierto.

-¿No lo va a probar? –me dijo entonces.

Yo sonreí.

Intenté decir que no.

Dar explicaciones.

Pero no pude.

Al final masqué un poco y tragué rápido, sin respirar.

-¿Está bueno…? –me preguntó.

Yo asentí.

Luego pregunté donde estaba el baño.

Vomité.

Dos veces, incluso, vomité.

Intenté no hacer ruido, pero creo que no lo logré.

-¿Pasa algo? –me preguntaron.

Yo dije que no, que volvía de inmediato.

Y claro, luego de lavarme volví a sentarme.

Estaba mareado y me habían aparecido unas ronchas en las manos.

-No debió venir si estaba borracho –me dijo entonces, molesta.

Yo la miré a los ojos.

-Hubiese sido mejor que no me ofendiese de esa forma… lo noté extraño desde que llegó, pero no quise decir nada… -agregó.

Yo intenté explicarme, pero no sabía por dónde comenzar.

-Mejor no diga nada –me dijo, tras calmarse un poco-. El problema es mío por creer que el esfuerzo propio debe ser correspondido… Siempre es así, ¿no cree…?

Yo seguía sin poder hablar.

-Además –agregó-, es lo mismo con los sentimientos, o con cualquier cosa a la que le dedicamos nuestro tiempo… Mi abuelo por ejemplo, el esposo de la que creó esas recetas… tenía una gran variedad de árboles frutales… y claro, había también otros árboles que no daban fruta, pero esos los debía regar mi abuela… “Yo no estoy para perder el tiempo”, decía mi abuelo…

-Ocurre que yo… –intenté decir, pero descubrí entonces que la lengua se me había inflamado y no podía hablar con claridad.

-¿Se está burlando de mí…?

-No… dyo…

Ella me miró entonces, enfurecida.

-¡Lárguese de acá…! –gritó-. Quizá la culpa es mía, pero yo tampoco estoy para perder el tiempo…

La mujer estaba prácticamente sollozando.

A mí, en tanto, todo me daba vueltas. Y es que los repentinos cambios de humor, el olor a canela, lo que había dicho de los árboles… su abuela de Holanda… todo eso parecía hacer más difícil que pudiese explicarme claramente...

Y claro, fue entonces que, tratando de ordenar las ideas, me percaté que las ronchas en uno de mis brazos habían formado unas manchas extrañas…

“Vámonos a casa”, podía leerse, en ellas.

Y yo hice caso, de lo que estaba escrito.

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