Tres minutos.
Él dice que tiene tres minutos.
Escribía increíble.
Era posible creer en su escritura.
Vivía increíble, incluso.
Lo vi romper furioso una mesa porque alguien hablaba sin pasión sobre algo que debía ser amado.
Hoy lo encuentro trabajando de revienta globos en una producción para gringos, en la costa de México.
Son tres minutos.
Luego debo reventar globos.
Somos trece, los revienta globos.
Yo soy el jefe.
Soy un poco como Cristo, me dice.
Yo lo escucho.
Todos gritan.
Yo también he venido a reventar algo, le confieso.
Él dice que no vale la pena, que todo está lleno del mismo aire, al fin y al cabo.
Ya no escribe.
No guardó nada.
Los globos vuelven a aparecer siempre, son intercambiables, me dice.
Yo no le digo que confiaba en él, pero él lo sabe.
Los gringos gritan porque se apaga la luz y hay rayos por todos lados.
Es como el fin del mundo, dice él, pero regresa en tres minutos.
Yo solo reviento globos.
Cuando regrese la luz él tiene seis minutos para acabar con los globos.
A veces me siento un ángel, y otras una mierda, me dice.
Luego encienden las luces y él no está.
Se escuchan los globos reventándose.
Ya viene mi turno, pienso.
Esto será fácil.
No queda en la conciencia.
De algun modo me resulta confuso como un sueño, como una escena de alguna película de Lynch.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar