lunes, 10 de septiembre de 2012

Corregir la postura.


Usé plantillas en los zapatos
para caminar derecho.

Usé un arnés en el torso
para enderezar la columna.

Usé frenillos de metal
para alinear los dientes.

Debía corregir la postura, decían.

Y yo me dejaba hacer.

Así,
resultó que cambiaron mis pies,
mi columna, mis dientes
y yo debí entonces
torcerme por dentro,
tal vez.

¿Saben cómo es eso?

Pues es un poco como separar
la carne del plato que te toca,
pienso ahora,
o como irse a vivir
a otro sitio,
de un momento a otro.

Y es que en definitiva,
supongo que el interior de cada uno
esconde en su inicio
una serie de nudos que te expulsan
y que te ocupan por dentro
hasta alejarte de ese sitio.

Con todo,
creo que logré,
después de todo,
aferrarme a esos nudos
cuando aún era tiempo.

Nada de salir fuera.

Nada de olvidarme quien soy.

Nací torcido y no fui hecho para esto, me dije.

Volví entonces a torcer mis piernas,
desencajé mi columna,
mordí metal hasta romper mis dientes.

Pero no hubo caso…
perdí mi punto de equilibrio,
y aprendí que nadie se preocupa
de enderezar
lo que existe dentro de nosotros…

Y es que debía corregir la postura,
me decían.

Y yo me dejé hacer.

Ahora, sin embargo,
torcido hasta los huesos,
siento que comprendo cada vez más
la extraña forma de los nudos.

¿Saben cómo es eso…?

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