Ella se puso al revés la ropa de dormir, pero durmió igual que siempre.
De hecho, no se dio cuenta del asunto de la ropa hasta que se levantó al otro día.
No se trataba de un pijama, propiamente tal, por eso la llamaba como “ropa de dormir”.
Como si se vistiera adecuadamente, para eso.
Cuando me explicó aquello yo no entendí nada especial.
Le dice ropa de dormir a su pijama, pensé, simplemente.
También entendí que se había puesto esa ropa al revés, pero que había dormido igual.
-¿No crees que es extraño? -me preguntó.
-¿Qué cosa? -le dije.
-Que descubras que la ropa para dormir no afecta realmente el que tú duermas realmente -señaló.
No entendí a qué se refería, pero igualmente asentí.
Ella parecía siempre más feliz cuando yo asentía.
Ese mismo día, luego de desayunar, ella propuso que nos vistiéramos con las ropas al revés.
-Usemos al revés las ropas de estar despierto -especificó.
Le seguí el juego pensando que no se podría, pero finalmente sí se pudo.
Di vuelta la ropa interior, un pantalón de buzo, una polera y un polerón.
Solo fallaron las zapatillas.
-Igual con los calcetines basta -tranzó.
Poco después salimos a caminar.
Nos dimos una vuelta por la calle y llegamos hasta plaza.
Compramos algo para preparar almuerzo y regresamos.
-Todo parece igual que siempre -dijo.
Yo asentí.
No pude percatarme si eso la hacía estar más alegre o más triste, pero lo cierto es que volvimos a acostarnos.
O algo así.
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