miércoles, 16 de octubre de 2024

Moscas.


Una mosca vuela por la habitación y se detiene sobre una superficie. Poco después, otra mosca vuela también y se posa sobre la otra. Ocurre lo mismo varias veces hasta que hay una columna de ocho moscas. Es tan extraño que no sé qué hacer. Mientras decido, me acerco a mirarlas y descubre que no huyen. Están quietas, aunque vibran un poquito. Lo suficiente para demostrar que están vivas, nada más. La de más arriba se ve despreocupada. Al parecer sabe que es la última y que ya no vendrá otra a posarse sobre ella. Me da la impresión incluso que está sonriendo. No tengo cómo demostrarlo, pero esa impresión me da. La de más abajo, en cambio se ve complicada. No es que esté totalmente aplastada bajo el peso de las otras, pero se nota al menos que carga con un peso. No podría irse de pronto, me refiero, si así lo decidiera. Me refiero a que no podría simplemente aletear y levantar el vuelo. De hecho, tras observarla con detenimiento me fijo que sus patas parecen temblar un poco. Mitad por el peso y mitad por mantener el equilibrio, me parece. Mientras busco mi celular para tomarles una foto escucho un ligero zumbido y descubro que la de más arriba a volado. Segundos después, ocurre lo mismo con cada una de las otras. Así, para cuando logro enfocar la imagen solo queda la mosca de más abajo. La de más abajo que ahora -como es la única-, es al mismo tiempo la de más arriba. Solo entonces saco la foto y casi de inmediato aquella mosca se aleja también del lugar. Nada extraordinario, por cierto, vuelve a ocurrir aquel día. De todas formas, me digo, con de las moscas basta. No debiese pedir más.

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