domingo, 27 de octubre de 2024

Un juicio propio.


-¿Entonces no vas a hacer nada, cierto? -preguntó ella.

-Te equivocas: voy a tocar el piano -respondió él, secamente.

-Lo sabía. No vas a hacer nada.

-¿Tocar el piano es hacer nada? -dijo él, fingiendo indignación-. ¿Has pensado que diría Liszt o Chopin si te escuchara… o Beethoven?

-Hablamos de ti, no de Chopin o de Liszt. Además, Beethoven ni siquiera escucharía.

Él se demoró un poco antes de contestar. Se veía inquieto. Como si buscase la manera correcta de rebatir sus argumentos. Voltearlos de tal forma que la cuestionada pasase a ser ella, de una vez. Después de todo, esa era la forma en que jugaban ambos. Prácticamente todo el tiempo.

-Como siempre, caricaturizas las cosas -decidió decir, al fin-. Confías más en un dato cualquiera que en lo que tú misma puedes percibir, directamente. No tienes juicios propios.

-Te conozco -dijo ella, evidentemente molesta-. Y eso me permite tener juicios. No solo propios, sino también verdaderos. Por ejemplo: tocas el piano como la mierda. Ese es un juicio propio, ¿no crees…?

-No. No creo -dijo él-. Si toco mal, según tú, eso vendría a ser más o menos no un juicio. Uno de cualquiera que me escuchara tocar, por cierto. No tuyo especialmente.

-Pero yo le agrego otras cosas -dijo ella-. Otras cosas que solo yo comprendo. Y que transforman esa observación en un juicio propio.

-¿Cómo qué? -preguntó él.

-Como saber que solo lo haces cuando estás evitando otra cosa -contestó ella-. Así se crea mi juicio propio. Del comprender al saber y del saber al decir. Tocar el piano es tu forma de hacer nada. Y de fingir que no ha ocurrido nada, de paso.

Él se quedó en silencio.

-¿Y acaso no es cierto? -logró decir, luego de un rato.

Ella no contestó.

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