Nadie muere la víspera de algo.
Nos engañamos con eso, como con todo.
Me refiero a que llueve cuando debe llover, y nada más.
Alegar, en este sentido, siempre resulta ser en vano.
El gato del vecino, por ejemplo, apareció con un ojo menos y nadie supo cómo.
Hubo lamentos y reclamos, pero ante aquello no se podía hacer más.
Ni el mismo gato, de haber podido, habría contado algo.
Él simplemente, de haber podido, nos habría mirado y habría dicho:
Nadie muere la víspera de algo.
Y claro, es probable que un perro, para complementar, agregase entonces:
Nada muere la víspera de alguien.
Así, todo quedaría reducido a una verdad y un absurdo.
Y solo alguien muy sabio habría podido darse cuenta que se traba simplemente de una y la misma cosa.
Así hay que entenderlo, me refiero, y así hay que decirlo:
Nadie muere la víspera de algo.
De hecho, es prácticamente cierto que no debiésemos ya, hablar de vísperas.
Puedes fingir que no comprendes, pero sé que se sabes.
Igualmente estás en tu derecho.
Me refiero a que ella sabía, sin duda, que ese era el momento.
Duele decirlo, pero es cierto.
Sé que duele bastante.
Nadie muere la víspera de algo.
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