sábado, 26 de octubre de 2024

Dos veces tomas el ferry.


Dos veces tomas el ferry. De ida y de regreso, lo tomas. La mayoría sube en auto, pero tú lo haces a pie, sin más. Ni siquiera llevas bolso. Pides permiso a los hombres que te saludan como si ya te conocieran. Entonces esperan que estacionen los vehículos y te vas al mismo sector de siempre. Un rincón, prácticamente, en el que ni siquiera se ve el agua. Hay una pequeña mesa y un banco, en ese sector. Ahora no te lo preguntan, pero cuando lo hicieron tú explicaste que te gustaba la sensación de ir sobre el agua. No llegar ni volver, sino andar sobre el agua. Había más, por supuesto, pero eso fue lo que dijiste. De todas formas, ellos se conformaron con eso y no hicieron más preguntas. De hecho, dejaron de cobrarte, luego de aquello. Desde entonces, se comportaron si fueses uno más de la tripulación. Eso o un “algo indeterminado” que subía y bajaba sin que a nadie le afectase mayormente. Ya en el ferry, sacabas una botella con agua, alguna fruta o un sándwich. Lo indispensable, solamente, que solías cargar en una bolsa de papel. Nunca con un libro ni tomando algún apunte. Nunca haciendo nada distinto a ir y volver en aquel ferry. En definitiva: nunca comprendieron del todo y poco les importó. Pensaron que el absurdo, a fin de cuentas, se trataba de otra cosa.

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