I.
No caen del árbol las hojas, cuando nadie las ve.
Tampoco brotan ni crecen ni renacen
Apenas el árbol, digamos, y es porque hago una excepción.
Porque busco en la memoria, sus raíces, y me empino hacia lo oscuro, para verlo.
II.
La nube que hay dentro de la nube, ¿no se sabe?
Es decir, ¿sabe qué es y dónde está?
Me refiero a si sabe que es distinta a aquello que no es.
Y todavía antes de eso, ¿querrá, tal vez, saberlo?
III.
Se amontonan los días como las piedras bajo el agua.
Y como el agua es profunda nadie toca aquellas piedras.
¡Quién fuese como ellas!, dijo alguien por ahí.
Una voz que desconozco, simplemente… Y luego nadie.
IV.
Flores sin color vemos ahora.
Flores sin color, pero en el fondo, nada es grave.
Que nadie se espante de esa ausencia, mientras otros gritos suenen por doquier.
Ocurre de esa forma, simplemente, igual que aquello que ocurría con las hojas.
V.
Se cuelgan del color, las flores, para no caer.
Y cuando no lo logran divagan a oscuras, prácticamente en sus raíces.
No se empinan, me refiero, pues prefieren no saber.
Lo que hay bajo las piedras, en el fondo del lago.
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