miércoles, 27 de noviembre de 2024

Un dedo en la puerta del auto.


Se le atrapó un dedo con la puerta del auto. O sea, no se lo atrapó, sino se lo apretó, más bien. O en realidad no sé cómo se dice. Lo cierto es que le quedó colgando, hinchado y con un corte profundo… casi partido en dos, en realidad, así que tuvimos que llevarlo al hospital.

Lo llevamos en el mismo auto, por cierto. La víctima al interior del victimario, pensé, mientras conducía. Aunque claro, luego lo analicé mejor y entendí que no. Qué él mismo cerró la puerta con una mano y se apretó un dedo de la otra.

Mientras manejaba intentaba imaginar el movimiento exacto, pero no podía. El movimiento que provocó el accidente, por supuesto. Pensé en preguntarle los detalles, pero él iba medio torcido y se estaba terminando de amarrar un cordón de zapato en la base del dedo dañado, para detener un poco el sangrado. Además, se quejaba fuertemente y lanzaba improperios, no sé contra quién.

A pesar de sus gritos en la urgencia del hospital nos hicieron esperar bastante. Tanto que él no aguantó y se metió por un pasillo para que lo atendieran. Una vez ahí lo contuvieron unos guardias, quienes lo obligaron a sentarse en una camilla y lo increparon durante varios minutos, hasta que finalmente fue atendido.

Esto ocurrió hace años, por cierto, pero siempre que nos topamos en algún grupo él vuelve a recordar esa historia y me pide complementar con algún detalle. Supongo que porque fui testigo. A veces me resulta molesto escucharla tantas veces y entonces me pregunto si no habrá otra cosa más importante que deba ser recordada.

Me refiero a que es, a fin de cuentas, una historia banal, sin héroes ni motivos ni mucho menos enseñanza. Víctima y victimario en uno, además.

Un poco como Dostoievski.

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