“Por un momento pensó en preguntarle a Murks
en qué estado se encontraban,
pero luego decidió que no le importaba”.
P. A.
Decidir que no te importa. No sé si puede, pero al menos suena bien. En principio, me refiero, suena bien. Además, está el asunto ese de adelantarse a la información que te entregan. No preguntarla, digo yo, sino simplemente adelantarte. Algo así como ir probando las opciones a ver qué pasa. Las posibles informaciones, más bien. O “las variantes”, si prefieres. Elegir esto, a fin de cuentas, y hacerlo de a poco para ver qué sientes. Para ver qué cambia cuando recibes cada variable distinta. O para darte cuenta que nada, tal vez, que cambia demasiado. Y entonces, por supuesto, pero recién entonces: decidir que no te importa. Porque es cierto, si lo piensas… Si poco cambia, me refiero, poco importa. O poco debiese importar, al menos, si somos sensatos. Puede que ese tal Murks no lo sepa, pero tú, al menos, lo habrás aprendido de antemano. Porque habrás puesto una a una las rocas y habrás descubierto que poco importa la forma que estas adopten. Que no importa si construyes un muro o un castillo, a fin de cuentas. Y Murks, no sabrá esto, claro, y confiará. Porque su ingenuidad es su gracia y no su fuerza. Decidirás que no importa y eso será todo. Todo para comenzar, me refiero. Y para acelerar. Luego, lo que ocurra, ya no estará en tus manos.
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