lunes, 4 de noviembre de 2024

No crece el musgo antes de las rocas.


No crece el musgo antes de las rocas.

Aunque si lo pienso, en realidad no sé.

De todas formas, no logro pensar el mundo sin rocas, aunque sí sin musgo.

Y cambiar un “de” por un “que”, francamente no soluciona nada.

Lo que sí soluciona, pienso yo, es el musgo.

Una solución estética, tal vez (para algunos), pero solución al fin y al cabo.

Además está el asunto ese de su textura y su forma de existir como si con eso alcanzase.

Como si bastase aferrarse a algo y abrazar y crecer y ya hasta de pronto te sientes enseñando algo.

Apenas, tal vez, pero algo.

Por eso, de adorar un dios (alguna vez), yo adoraría al musgo.

No es que tenga nada en contra de la piedra desnuda, pero yo adoraría al musgo.

Lo haría aunque la piedra reclame que adoro al dios equivocado.

Y aunque ella, por cierto, tuviese razón.

Digo esto, sin embargo, mientras reconozco nuevamente que en realidad no sé.

Tengo buenas intenciones, es cierto, pero no sé.

No es que ese me otorgue mérito en esto, pero lo digo para que, al menos, aclare algo.

En específico, que no es mérito mío, aquello que digo cuando hablo de algo más.

En este caso, por ejemplo, del musgo.

Tampoco es mérito de la roca, por supuesto ni de nadie que haya mencionado acá.

Lo que ocurre es que no crece el mundo antes de la roca, simplemente.

Y existimos de esa forma.

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