viernes, 8 de noviembre de 2024

No era del todo un buen lugar.


No era del todo un buen lugar. O sea, era bonito, es cierto, y puede que a primera vista hasta pareciese perfecto. Pero a pesar de lo que piensen, eso no lo vuelve, por sí solo, un buen lugar. Hoy me toca decirlo a mí, y lo asumo, pero no soy el único que lo piensa de esta forma. Digo esto responsablemente, pues crucé impresiones con varios de los que hoy han preferido guardar silencio, aunque en un primer momento reconocieron haber tenido esa misma sensación. Y es que no parecía natural, a fin de cuentas. Ustedes lo saben, incluso, pero prefieren callar. Escuché a muchos decir, por ejemplo, que hasta el agua del lugar parecía fabricada. Y no lo decían, ciertamente, como un halago. Algo era sospechoso e incómodo, sin duda, y asumiendo eso, lo que hice, no creo que fuese un acto que se pueda condenar. Sinceramente no los entiendo. Y en este sentido, por lo menos, me parece exagerada su reacción. No es un templo lo dañado, me refiero. Y aunque lo fuese, dañar un templo no es, como creen algunos, lo mismo que dañar un dios. No lo digo para pedir clemencia ni para motivar su compasión ni menos aún para atenuar su juicio, sino más bien para permitir la comprensión de aquellos que estén dispuestos a reconocer lo que en el fondo saben: No era del todo un buen lugar. Puedo asegurarles, incluso, que me lo agradecerán un día.

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