sábado, 2 de noviembre de 2024

Ella compró un jarrón por si le regalaban flores.


Ella compró un jarrón por si le regalaban flores.

Lo encontró de casualidad en una pequeña tienda de antigüedades.

Tenía un precio elevado, pero calculó que podía permitírselo.

Le dijeron que era de porcelana y que estaba pintado a mano.

Ella lo observó con atención.

Es cierto: parece de porcelana, pensó.

También los dibujos en él, le parecieron hechos a mano.

Debe ser un precio justo, concluyó.

No se trataba, probablemente, de un jarrón para poner flores, pero ella lo imaginó así, mientras pagaba.

Siguió imaginando mientras lo envolvían en papel y comenzaban a embalarlo.

Mentalmente despejó la mesa donde pensaba ponerlo.

Y hasta descorrió mentalmente las cortinas para que le llegase un poco más de luz.

Se ve bien, pensó.

Luego corrigió: se verá bien, dijo.

Justo entonces la interrumpieron y le entregaron el jarrón que iba envuelto en papeles, metido en una caja de cartón y por último en una bolsa de tela.

Se sentía alegre.

Mientras caminaba a casa llevando el jarrón -no era consciente que llevaba la bolsa de tela ni la caja de cartón-, comprendió que siempre había pensado al jarrón como un recipiente de flores.

Incluso cuando creyó verlo sobre la mesa iluminado por la luz que entraba por la ventana, lo que realmente vio fueron las flores, frente a la luz.

El jarrón sin flores, descubrió entonces, no la emocionaba en lo absoluto.

Aunque sea de porcelana auténtica y esté pintado a mano, se dijo.

Lo que ocurrió fue que compré un jarrón por si me regalan flores, concluyó.

Así, mientras se las regalan, decidió que era mejor dejar guardado el jarrón -envuelto en papel, luego en la caja de cartón y después en una bolsa de tela-, al interior de un pequeño armario en el que iba dejando este tipo de cosas.

Ahí, por cierto, fue donde lo encontré yo.

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