I.
Se burlaron de él porque vomitó en el bote. No por el vómito en sí, en todo caso, sino más bien porque vomitó en el interior. Todo un mar allá afuera y él elige vomitar dentro, reclamaban algunos. Él no respondía pues seguía mareado y mientras los otros seguían burlándose él optó por poner la cabeza entre sus piernas e intentó no escuchar. Se mantuvo así prácticamente todo el viaje. Tres horas después, habían regresado.
II.
Él mismo baldeó el bote después que los otros bajaron. También había restos de pescado y lo cierto es que su vómito ni siquiera se distinguía, pero decidió hacerlo de igual modo. Más tarde, en casa, se duchó para recuperarse del todo y se preparó algo de comer. Mientras lo hacía pensó en la necesidad del cuerpo de devolver lo que tiene dentro. Como si al hacerlo uno pudiese aliviarse de un factor cuyo origen es externo.
III.
Purgarse, se dijo. Ni siquiera sé si está bien dicho, pero supongo que en el fondo es eso. Purgarse y luego lavar para que no quede huella de aquello que expulsamos. Para eso, digamos, y para no preguntarnos si quedó algo todavía que debíamos expulsar. Lavar el bote, pensaba, pero también lavarse uno mismo. El bote que cargamos siempre, concluyó. El bote que además de ser el bote, es también el sitio al que llegamos y desde el cuál partimos.
Sí, no puede expresarse de otra forma.
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