I.
Se puso al revés las ropas de dormir.
Me dijo para qué, pero no le presté atención.
Yo estaba en el dormitorio y ella en el baño, mojándose el rostro.
Creo que comentó que no quería dormirse aún.
Cuando me lo dijo, recuerdo, ella se secaba con una pequeña toalla blanca.
II.
A veces hacía eso, antes de dormir.
No me refiero a lo de voltear la ropa, sino a intentar quedarse despierta.
Contaba que lo hacía desde niña, cuando vivía en un pueblo pequeño, en el sur.
En ese entonces, se ponía frente a la ventana e imaginaba que observaba algo, que en realidad no veía.
La lluvia, por ejemplo, en medio de la oscuridad, hasta que de pronto se detenía.
Y el silencio, entonces, llegaba con el amanecer.
III.
La noche de las ropas al revés también se quedó despierta.
No sé si toda la noche, pero al menos hasta que me dormí.
En ese instante, ella tenía clavada la mirada en un libro sobre insectos, que estaba sobre una mesa.
No es que lo estuviera revisando, en ese instante, pero en medio de la oscuridad su vista se dirigía a él.
Durante el día, las luciérnagas son simples bichos, había comentado esa tarde, mientras lo leía.
Y yo reí con su observación, que entonces no comprendí.
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