viernes, 2 de marzo de 2018

La mayoría de las cosas.


I.

-La mayoría de las cosas no siguen mucho tiempo como están –me dijo.

-¿Te refieres a que cambian? -consulté.

-No me gusta esa palabra.

-Y entonces, ¿cómo lo dices?

-Lo digo como antes: no siguen mucho tiempo como están.

-Entiendo –mentí.


II.

-¿Y las piedras? –pregunté.

-¿Qué pasa con las piedras?

-¿Acaso no siguen mucho tiempo como están?

-A primera vista sí -me dijo-, pero el caso de ellas es distinto.

-¿Por qué?

-Porque para ellas decir poco tiempo supone un tiempo distinto que el nuestro.

-¿Más tiempo?

-Puede ser… más tiempo. Pero no creo que sea la forma correcta de decirlo.


III.

-¿Y con uno mismo? –pregunté.

-¿Cómo…?

-¿Qué ocurre con uno mismo? –insistí.

-No entiendo a qué vas.

-¿Se puede saber lo que está pasando con uno realmente?

-¿Respecto a los cambios?

-Antes no te gustaba esa palabra.

-Pues ya ves… la mayoría de las cosas no siguen mucho tiempo como están.


IV.

-Supongamos que tienes un plato entre tus manos… –me dijo.

-¿Un plato vacío? –pregunté.

-Sí… uno vacío.

-De acuerdo.

-Ahora piensa que se cae ese plato, y que se quiebra.

-Ya. Se quebró.

-Entonces, ¿podrías decirme ahora qué es lo que se quebró?

-El plato.

-¿Cuál plato?

-El que suponía que tenía entre mis manos -le dije.

-¿Cuál plato? –insistió.


V.

-¿Y qué pasa si se puede arreglar? –le pregunté.

-¿Qué cosa?

-El plato –señalé-. ¿Qué ocurre si se parte en pedazos grandes y todo indica que se puede arreglar?

-Eso no ocurre –me dijo cortante.

-Pero…

-No ocurre –reiteró-. No le des más vueltas.

-...

-Al final todo es simple -concluyó-. Debes aprender a vivir entre la mayoría de las cosas.

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