jueves, 15 de marzo de 2018

Bajo el agua.


Desde que en verano llenaron la piscina, S. comenzó a practicar para mejorar el tiempo que podía permanecer bajo el agua. Nunca nadó muy bien, pero para esto le sirve simplemente hincarse y tratar de sumergirse por completo, mientras coloca en su celular un cronómetro con el que calcula sus avances o retrocesos, referidos al tiempo que puede estar sin respirar bajo el agua. De esta forma, en los dos meses que lleva practicando, S. ya ha logrado avanzar desde los treinta segundos hasta los dos minutos cincuenta, que es su récord actual. Todo comenzó tras ver una película australiana en la que unos jóvenes competían entre ellos por permanecer bajo el agua, sumergiéndose en un lago en el que comenzaron a ver –o a imaginar que veían-, un extraño ser que aparecía cuando ya no podían más y que les hablaba en un idioma extraño, que al parecer era un idioma verdadero, que no podía comprenderse salvo en situaciones apremiantes, como cuando se ponía en riesgo la propia vida, al permanecer tanto tiempo bajo el agua. De esta forma, S. había buscado desde entonces que alguien le revelase ese lenguaje secreto, y pudiese al menos reconocer esa verdad indudable y pura, que vendrían de un momento a otro, a transmitirle. Lamentablemente, en estos dos meses ni siquiera una vez S. había logrado reconocer algún mensaje, situación que no dejaba de preocuparle pues comenzó a pensar que tal vez él tuviese un problema que no lo hiciera apto para percibir una verdad, independientemente del tiempo que pudiese llegar a permanecer bajo el agua. En lo personal, me enteré de su propósito tras escuchar una conversación que S. tuvo con otro chico, durante un viaje en colectivo, y no le di mayor importancia hasta que vi la ambulancia llegar por segunda vez a casa de S. y supe la razón de la emergencia. Esa vez, me sentí obligado a contarle a la madre de S. sobre lo que había escuchado y esta se lo refirió a los médicos de S. que decidieron internarlo algunos días, hasta convencerlo que aquello que intentaba buscar, bajo el agua, era derechamente una insensatez que no había de acercarlo a ninguna verdad salvo a la muerte, que bien podía ser una verdad concreta, aunque todavía incomprensible. En lo personal, no sé si S. habrá aceptado esta apreciación, pero al menos volvió pronto de aquel lugar y se le ve caminar por entre nosotros como uno más, sin buscar nada en particular. Con todo, a veces me parece verlo aguantar la respiración, mientras da algunos pasos, pero es algo que no podría asegurar, y bien podría tratarse de una impresión errada, razón por la que he decidido  guardar silencio sobre ello, hasta que pueda de alguna forma asegurarlo. He de esperar, por cierto, que no lleguen de pronto malas noticias sobre esto y todo se mantenga como hasta ahora, sin mayores sobresaltos. Después de todo, esa es la única verdad pura, que tal vez necesitamos.

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