sábado, 10 de marzo de 2018

No era mi lugar.


Se fue a vivir a un condominio que tenía ocho casas. Ella y su hijo, me refiero. Con la mitad de lo que obtuvieron el departamento le alcanzó para dar un gran pie así que las cuotas no la apremiaban mayormente. La casa era pequeña, pero estaba bien. Había contratado a un jardinero para que le hiciera el antejardín y no necesitaba hacer otros cambios o reparaciones. Fue entonces que comenzó a fijarse en los vecinos y pensó que se trataba de una broma. Una mala broma, por supuesto. Conoció en primera instancia a los dos vecinos más cercanas pues los otros todavía no se habían mudado a sus nuevas casas. Ambos vecinos eran enanos y al parecer se conocían desde antes. Los escuchó bromear entre ellos y hacer referencia a personas que tenían en común. Ninguno de los enanos tenía familia y les calculó aproximadamente unos treinta o cuarenta años a cada uno. Luego pasaron un par de semanas y llegaron tres vecinos más. Y claro, estos tres también eran enanos. Uno de ellos era un poco más alto que los otros, es cierto, pero no por eso dejaba de ser enano. Fue entonces que en una reunión que hicieron para coordinar los gastos de las áreas verdes, ella se enteró que en las dos casas restantes también llegarían enanos, y que todos ellos habían comprado a partir de una cooperativa nacional que apoyaba a las personas como ellos, según le comentaron. Tú serás nuestra Blanca Nieves le dijo uno de los enanos en esa oportunidad. Y ella rio con la ocurrencia aunque con el tiempo comenzó a incomodarla, tal vez porque no tenía un papel designado para su hija. Además, como trabajaba desde casa haciendo unos diseños publicitarios, veía salir y llegar a los enanos todos los días dese el escritorio donde solía trabajar. Y comenzó a sentir entonces, con el tiempo, que eran ellas las que en ese mundo no tenían el tamaño correcto. Cuestión que por lo demás la hacía sentir profundamente incómoda. Por otro lado su hija, quien recién comenzaba a ir al jardín, parecía sospechar que algo sucedía y no parecía mirar con buenos ojos a los enanos, aunque estos la saludaran cordialmente si se llegaban a cruzar con ella en algún momento. Fue así que, movida por sensaciones, mayormente, ella se decidió a tratar de arrendar aquel lugar. Y claro, yo vi el aviso y fui a verlo. Lo hice movido mayormente por el precio y la buena ubicación de la casa, aunque lo cierto es que no me gustó lo suficiente como para considerarlo de forma seria. Por otro lado fue esa vez, mientras veíamos la casa, que observamos la llegada de los vecinos y ella me contó lo que contaba más arriba, respecto al número preciso de enanos. Tres de ellos, por cierto, me amenazaron apenas hube dado unos pasos fuera del condominio, recalcando que ese no era mi lugar y que nadie me quería en aquel sitio. Yo asentí. Me fui del lugar incluso pensando que tenían algo de razón y que no era necesario amenazarme para que comprendiese aquello. Nunca más, desde entonces, me acerqué hasta aquel lugar.

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