martes, 18 de septiembre de 2012

Emaús.


“No sonreía, no era paternal, no era nada.
Era una voz.”
A.B.



Yo solo sabía que era un bar.

Uno común, me refiero.

Pasé porque iba con tiempo de sobra y porque quería tomar algo, simplemente.

Pedí una cerveza.

-La pago yo –dijo entonces un viejo que estaba en la mesa de al lado.

El garzón asintió y yo me voltee para verlo.

-No soy maricón –me dijo-. No te preocupes.

-No me preocupo –contesté.

Entonces el hombre se cambió de mesa y se sentó a mi lado.

-Disculpa que moleste, chiquillo… -se excusó.

-No soy un chiquillo –le dije.

-Lo sé… lo sé… si hasta vas a llegar a los treinta y tres en poco tiempo, ¿no es así?

-¿Cómo lo sabe?

-Porque tienes cara de treinta y dos –me dijo. Y luego se rio.

Yo no le hallé gracia.

-Los treinta y dos son como para asustarse, ¿no crees?

Yo lo miré y guardé silencio. Luego recibí la cerveza y aproveché de pedir otra, para después.

-Esa la pago yo –advertí.

-Claro, como tú quieras –dijo el viejo.

La cerveza estaba helada y la bebí prácticamente de un sorbo.

-¿Sabes porque estoy aquí? –me preguntó entonces.

-No –le contesté.

-¿Y no te recuerdo a nadie?

-No.

Luego el viejo hizo una pausa. Yo estaba algo nervioso, pero fingía seguridad mientras bebía a un costado.

-No me gustan los juegos, Vian –me dijo entonces-. Tú hiciste un trato conmigo, ¿no lo recuerdas? Me pediste certezas.

-…

-¿De verdad no te acuerdas? –agregó.

Yo lo miré serio, en silencio.

Luego, me levanté y fui hasta el baño.

Me mojé el rostro.

Intenté recordar.

Recordé.

De vuelta a la mesa vi que el viejo no estaba y que habían servido la otra cerveza.

-¿Ya se fue el viejo? –le pregunté al garzón.

Me contestó que sí, y que había pagado el consumo.

Entonces, tomé la otra cerveza y anoté unas palabras en una servilleta.

Todo es siempre una voz. Escribí.

Luego volví al camino.

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