jueves, 6 de septiembre de 2012

Cuando se detiene el corazón.



Hoy, en un momento del día,
se me detuvo el corazón.

No sé si ocurrirá a menudo,
o si es algo que suceda a todos,
pero lo cierto es que sentí de pronto
como si me hubiese ahogado por dentro.

Nada de sufrir, sin embargo, hay en esto.

Todo tiene que ver con aceptar
y con descubrir, de pronto,
que aquello que permanece en movimiento
dentro de nosotros
puede también cesar
sin previo aviso.

Había salido de una clase.

Me quedé en un pasillo pues tenía
turno de patio.

Y de pronto se detuvo el corazón.

Es vergonzoso,
pero lo primero que hice fue pensar en las pruebas
que debía revisar,
y luego,
en los exámenes de admisión que dará mi hijo
en un colegio
donde puede que asista varios años de su vida.

No hubo grandes recuerdos.

Nada de grandes sensaciones
o la historia de tu vida.

Todo eran cosas pendientes.

Planificaciones que entregar,
informes,
pruebas por hacer, y por revisar,
tiempo para ayudar a mi hijo en sus exámenes,
la asistencia de mañana a un curso de profesores
que se llama atención al cliente,
mails que responder a apoderados,
reuniones fuera de horario,
charlas pendientes con amigos
o familiares,
compartir algunos juegos más
con mi hijo…

No es justo que cada día sea así, me dije.

Y me avergoncé incluso
de pedirle a mi corazón que siguiera latiendo
para ocupar mi vida
en tantas cosas que carecen de significado.

De verdad tuve vergüenza de pedirle eso.

Y es que excluyendo el tiempo para mi hijo
-y lamentablemente las disputas asociadas a ese tiempo
que debo tácita y estratégicamente desarrollar con su madre-,
todo lo demás eran cosas hechas para los otros
con toda esa premura y vértigo
que no permite vislumbrar el sentido
que puede llegar a tener aquello.

Así,
vi a los chicos pasar por los pasillos,
las tías del aseo,
los profesores...

Todo seguía su curso menos mi corazón.

Y es que no se trataba de cambiar
la postura ante las cosas,
como dicen algunos.

Sé que es egoísta centrarlo en mí,
pero es el ejemplo que tengo más a mano…

Y es que no son lógicas 46 horas semanales a presión,
cuando no se acaba esa presión
luego de terminadas aquellas horas.

No son lógicas reuniones y actividades fuera de ese tiempo.

No es lógico parte del contenido que debemos entregar,
no es lógico lo que quieren que hagamos.

¿Alguien se preocupa de los al menos 60 libros que debo leer
-cada año y fuera del tiempo estimado-,
solo para poder respaldar las lecturas que exigimos a los estudiantes?

¿Alguien se preocupa de que ocupan mi vida
cuando anotan mi nombre en comisiones para asistir los sábados,
o algunos días por la tarde?

¿Alguien se preocupa de que no me queda tiempo incluso
para conocer una posible pareja
y hasta para comenzar a amar, o descubrir,
una nueva pareja?

Es decir,
yo elegí esto,
estar frente a los chicos,
compartir algo con ellos…
créanme que amo esto…

pero también debo amar a mi propio corazón.

Y si quiere detenerse, me dije,
que se detenga.

Y que me disculpe ojalá
por haberlo querido tan poco.

Se merece un descanso.

Y es que hay alguien que calcula esta vida, concluí,
sin tener en cuenta el corazón
de cada uno de nosotros.

Y es tarea de nosotros, por tanto,
ocuparnos de asistir a ese corazón
y hacer lo posible para que lo que hagamos
tenga un sentido enriquecedor
y profundo,
si queremos que no se agote.

Esa es realmente
la tarea pendiente.

3 comentarios:

  1. Tarea pendiente: "pero también debo amar a mi propio corazón" Aviso del músculo agotado al cerebro estresado, hay que querernos más a nosostros mismos.
    Me dedico a lo mismo, estaré atenta a mi corazón, cuídate ¿vale?

    ResponderEliminar
  2. Añado, tienes todo el derecho, valeeee, sobran argumentos, pero, me esá doliendo el eco de mis palabras en tu espacio, dar señales de vida se agracece, o por el contrario nos quedamos como aquel que escupe al espejo.

    ResponderEliminar
  3. gracias, recién tengo tiempo de meterme.
    Saludos
    Y sí, gracias... en eso estoy :)

    ResponderEliminar

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales