domingo, 16 de septiembre de 2012

Antonia ya no quiere ser ninja.


I.

Antonia no me gustaba porque era fea. Sé que suena mal decirlo así, pero eso es lo que habría señalado en ese entonces.

Con todo, debo reconocer que me gustaba el estilo de Antonia, siempre silenciosa y cambiándose de acera cuando venían personas por la que ella transitaba.

Los dos debíamos tener una edad similar y ambos nos dejábamos ver poco por el barrio. Yo porque mi madre no me dejaba salir de casa y ella por algo que descubrí la única vez que hablamos: Antonia quería ser ninja.

Debíamos tener como 5 años cuando me lo confesó. Yo lo recuerdo porque aún asistía al kínder y la veía siempre cuando volvía a casa.

Así, una de esas veces, en que nos detuvimos para comprar un helado, vi que Antonia se encontraba también en el almacén, junto a una pared, como si estuviera deseando no ser vista.

-Voy a ser ninja –me confesó esa vez.

Y claro, debimos de hablar algo más, supongo, pero esa es la única frase que hasta el día de hoy recuerdo. Antonia quería ser ninja.

Así, desde aquel día, pienso que le puse un poco más de atención a Antonia, y descubrí que ella sin duda tenía aptitudes para ser ninja. Y observé también que su ejercicio era constante.

Y es que ya fuera al ir a comprar, acompañar a su madre, o simplemente estar de pie en el jardín de su casa, Antonia siempre permanecía invisible para los otros, perfectamente camuflada a partir de sus sutiles movimientos y su silencio absoluto.

Yo la descubría porque me fijaba, claro, y más de alguna vez debo haber comentado algo a mi madre para comprobar si ella era capaz de verla, sin dificultad.

-Yo creo que te gusta esa niña –me dijo en una de esas ocasiones, un tanto seria.

Y bueno… fue entonces que pensé por primera vez que Antonia era fea. Y que no me gustaba.


II.

Otra cosa que pensé en ese entonces fue que yo no sabía, realmente, qué quería ser. O más bien, estimé que no hacía nada para ser quién quería ser.

Y es que si bien resultaba fácil decir bombero, o payaso, o astronauta, lo cierto es que no nos ejercitábamos realmente para ninguna de estas labores.

Así, mientras miraba a Antonia, quizá comencé a comprender que uno no debía simplemente esperar a convertirse en algo, como hacíamos todos. Por lo mismo, además, comencé también a admirar a Antonia, que estaba un paso más allá de lo que podíamos hacer los otros chicos.

Incuso, recuerdo ahora, una vez escribí una historia sobre ella.


III.

Es extraño cómo recuerdo cosas de mi infancia.

A veces, por ejemplo, me llegan nombres o situaciones con un sinnúmero de detalles, mientras que en otras oportunidades, no recuerdo absolutamente nada de momentos que debieron, sin duda, haber sido importantes.

Esto lo digo porque no recuerdo nada más de Antonia salvo una nota que me entregó cuando se cambió de casa, años después, e hicieron una pequeña fiesta para despedirla.

En esa oportunidad, recuerdo, jugamos con otros chicos a las escondidas, en una casa que se estaba construyendo en el terreno en el que había vivido Antonia hasta ese entonces.

No recuerdo haber hablado con ella ni nada en particular, salvo haber recibido una nota que decía “Ya no quiero ser ninja”.


IV.

Nunca más supe de Antonia.

Hoy me acordaba porque vi a una niña caminando un poco escondida en un parque donde se hacían competencias de volantines.

Así, viendo a la niña, pensé que tal vez sí me había gustado Antonia, de pequeño, aunque sin aceptarlo entonces, totalmente.

Y es que a veces los verdaderos sentimientos viven sigilosamente en uno, como ninjas, sin que nos percatemos de ellos, concluí.

Justo entonces, un volantín cayó silencioso, a mis pies.

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