viernes, 20 de enero de 2012

Nadie resulta herido. Nadie hiere.


“Porque esta –esta vida llena de pérdidas-, era yo.
Y era el único camino que tenía yo,
de ser yo mismo.”
O. V.


Estábamos en casa de una amiga. Ella preparaba unos tragos, un viejo estaba en el patio y yo miraba los libros que estaban sobre un mueble.

Entonces ella llegó con los tragos. El mío era un tipo de cerveza no destilada con un poco de leche evaporada, pimienta negra y una pizca de chocolate. Ella se sirvió algo más tradicional.

-El hombre del patio es mi padre –me dijo ella, antes que preguntase-, está haciendo un hoyo en el patio hace un par de días, pero no es problema, duerme en las piezas que están atrás y no molesta.

-Mmm… –dije yo, saboreando la cerveza.

-¿No vas a preguntarme para qué es el hoyo? –insistió ella.

-No –dije yo.

-Pues te lo digo igual: mi padre construye un agujero puro.

Yo la mire y esperé a que continuase.

-Que sea puro quiere decir que no tiene otro sentido –dijo entonces ella-, o sea que mi padre hace el hoyo sin ningún otro significado que hacer el hoyo mismo.

-Ya –dije yo-. ¿O sea que el agujero ese no tiene ningún sentido?

-¡Claro que lo tiene! –señaló-. Es puro. Tiene sentido en sí mismo.

-Mmm… -volví a decir, mientras terminaba mi cerveza.

-¿No te convence?

-No –contesté-. O quizá no entiendo… ¿existir sin hacer nada también sería puro?

-No –dijo ella-. Existir no tiene sentido alguno. O no como "permanecer" al menos. Existir se transforma en un estado, más que en el resultado de una acción…

-Ya –dije yo.

-Juegas a no darle importancia, pero a mí no me engañas –me dijo-, yo te conozco y creo que esto te parece maravilloso.

-¿Maravilloso?

-Sí, como todo lo puro -señaló-. Maravilloso porque nadie resulta herido, nadie hiere…

-Eso no es maravilloso –la interrumpí, aunque sinceramente no tenía ganas de debatir.

-¿Y qué es maravilloso entonces? –preguntó.

-No quiero responder –le dije.

Entonces ella contó una historia.

-Cuando estuve en Japón me asombré de muchas cosas –dijo-. Pero una de las más recurrentes eran las máquinas expendedoras. Podías encontrar de todo, realmente de todo, me refiero, pero te daré un único ejemplo: un día en una estación del metro, me encontré con una máquina expendedora de flores.

-¿De flores?

-Sí, flores naturales, frescas –dijo ella-. Eran pequeños ramilletes o al menos un par de ellas. Solo tenías que introducir un billete y marcar el botón que aparecía junto a los nombres, a un costado de la máquina.

-Ya –dije yo.

-Entonces yo fui hasta la máquina y vi unas flores hermosas –continuó-. Me recordaban a algunas que crecían cerca de la casa de mis abuelos, y me dieron unas ganas incontenibles de tener aquellas flores, y colocármelas en el pelo, como de pequeña.

-¿Y lo hiciste?

-No. No pude. Y es que había que apretar el botón que estaba al lado de las flores y bueno…

-¿Estaban en japonés?

-Sí, pero no era el problema… Es decir, estaba el nombre en varios idiomas, incluyendo el español, pero lo cierto es que no tenía idea cómo se llamaban aquellas flores.

-¿Y?

-¡¿Y…?! –exclamó-. ¡¿Acaso no te parece terrible no saber el nombre de las flores con que jugabas de pequeña?! ¿Has pensado cuántas hueás sin importancia sabemos…? ¿Te das cuenta en qué se nos va la vida?

-¿En qué se nos va la vida?

-Sí… ¿has pensado en eso?

-Mmm… -dije yo.

-Lo que pasa es que pasas por el lado de esas cosas importantes y no sabes cómo hacer… Es como con el cenicero que ves ahí –ella me indico uno-. ¿Te das cuenta que está sin uso?

-Sí –le dije yo.

-Pues ocurre que lo encuentro tan bonito que cada vez que fumo termino echando la ceniza en una servilleta, para no ensuciarlo…

-No entiendo –confesé.

-¿No? –dijo entonces, algo molesta-. ¡Así es como dejamos de lado las cosas importantes, las cosas que debieran parecernos maravillosas…!

-Pues no entiendo tu idea de lo maravilloso.

-No la entiendes porque para mí es algo cercano –me dijo-, algo que puedes hacer, con lo que te involucras… no algo que existe alejado a nuestra experiencia o que se manifiesta en otra esfera…

-O sea que tu padre al hacer ese agujero, está conviviendo con lo maravilloso, según tú…

-Sí –contestó ella-. Y más que eso. Él está creando lo maravilloso… lo fabrica… Y no guarda esa distancia con la idea de pureza o de importancia o de maravilla… ¡Todos los demás parecen sentirse indignos de usar aquello que sienten puro, o cuya belleza los excede…! Pero él no solo lo rehúye, sino que lo crea…

-¿O sea que todos los demás dejamos intacto aquello que nos parece puro o maravilloso?

-Exacto –dijo ella-. Pero es más que dejarlo intacto… es desperdiciarlo.

-Entonces desperdiciamos el mundo –dije yo-, ¿eso quieres decir?

-Quiero decir más que eso –continuó-. No solo el mundo de los hechos externos, sino que el interno…

-¿El corazón intacto?

-Pues sí –dijo ella-. No sé si lo dices en serio, pero me refiero a eso: al corazón intacto.

Y claro, recuerdo que la conversación siguió y que mientras hablábamos, seguíamos viendo al viejo que cavaba ahí en el patio. De vez en cuando humedecía la tierra y luego seguía cavando, nada más.

Ella preparó entonces otra cerveza y tomamos hasta que el viejo se fue a acostar.

Por último, ella se acercó y me contó que se iba del país.

-Yo no soy como el cenicero –le dije entonces-. Y no tengo el corazón intacto.

Fue la última vez que nos vimos.

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