domingo, 15 de enero de 2012

La gallina digna y la gallina indigna.


“Me pregunto si no seré una de esas personas
que perciben a su conveniencia
los diversos fenómenos del mundo,
las cosas y la existencia…”
H. M.

I.

Cada familiar cuenta la historia de una forma distinta, pero todos coinciden en que mi abuela tenía una gallina especial. La gallina Digna, según dicen.

Al parecer, mi abuela le había puesto este nombre a esa ave una vez que la llevó a vivir dentro de casa, separándola de las otras gallinas cuyo comportamiento tras el alambrado era prácticamente indistinguible.

Y es que la gallina Digna, según me cuentan, se había diferenciado desde un inicio del conjunto, a partir de un comportamiento que suscita distintas apreciaciones.

Por un lado, hay quienes señalan que Digna era simplemente olvidadiza, o descuidada. Y más estúpida aún que las otras gallinas.

Por otra parte, están los que no dudan en coincidir con mi abuela, señalando que Digna tenía una actitud distinguida, “poco terrenal”, incluso, en relación al resto de su especie.

Yo, sin embargo, me distancio y les describo una de las acciones –quizá la principal-, que motiva estas apreciaciones.

Les cuento así, que Digna nunca llegó a establecer algún tipo de lazo o “relación afectiva” con los huevos que ponía. Es decir, nunca se le vio empollar alguno de sus huevos y ni siquiera permanecía cerca de ellos, una vez que los había “expulsado”.

-Digna parecía pertenecer a un mundo distinto que los huevos que ponía –me contaba una tía-, y se paseaba al lado de ellos como si estos no existieran.

Asimismo, la gallina mantenía una actitud distante, que se manifestaba también en otras acciones, como tener horarios de sueño distintos a sus compañeras, y mantenerse alejada del grupo al momento en que las otras aves, por ejemplo, se amontonaban a comer, apenas les lanzaban el grano.

-Ella no era como el resto –me dice un tío que conoció de cerca a Digna-, y ella era consciente de esa distinción… Es decir, ella sabía que era de una naturaleza distinta al huevo, en principio, pero también se sabía de una naturaleza distinta al resto de las de su especie…

Y claro, yo voy escuchando testimonios. Y tomo nota.

Con todo, me gustaría hacer una pausa para formular abiertamente una pregunta que me nace a partir de todo esto: ¿en qué consistía la dignidad de esta gallina?

Y es que si bien puedo entender esa dignidad como el estatus conseguido una vez que pasó a vivir dentro de la casa, lo cierto es que Digna era considerada digna desde antes… Por esto, no queda más que admitir que la idea de dignidad estaría dada –al menos en su caso-, a partir de la diferencia que se establece entre ella y el resto de las otras gallinas.

De esta forma, estas otras gallinas -y esto es lo que siento injusto y no deja de incomodarme-, pasarían automáticamente a ser consideradas indignas, a partir de esta concepción.

-Lo peor es que todos alaban a Digna y ella era una irresponsable –señala una prima que conoció a Digna de pequeña-, un ave que simplemente estaba desligada del resto y que parecía ofenderse incluso por la mera existencia de los otros…

-¿Y cómo crees que se manifestaba esa irresponsabilidad? –le pregunto entonces a mi prima, aprovechando que es una de las pocas que se atreve a criticar a Digna abiertamente.

Ella se lo piensa un poco, mira a los otros y luego responde:

-Era irresponsable porque no asumió su propia naturaleza… su condición… ¡cada ser tiene su función, Vian, tú lo sabes…! –dice por fin, apelándome directamente.

Y claro, yo tomo nota de esas palabras, pero inmediatamente dejo de indagar, pues se me hace indispensable aclarar en mí algunas de las cosas, que han sido dichas.


II.

¿Cuál es la naturaleza de una gallina?

¿Cuál es su función?

Estas fueron las dos preguntas que en un principio pensé de una forma indistinta, pero que luego comprendí existían complementariamente.

Y es que si bien me era fácil resumir estas preguntas en una respuesta dada desde mi propia experiencia y beneficio –es decir la naturaleza y función de la gallina dada a partir de los alimentos que nos otorgan, principalmente-, pronto comprendí que su existencia no podía estar resumida a esta simple apariencia.

-La naturaleza de una especie no puede estar dada en la superficie de su existencia –recordé que decía Wingarden, en uno de mis libros de cabecera.

Luego complementé citando a Domenicus:

-Aún así, podemos extraer una correcta visión de su naturaleza fijándonos ya sea en uno de sus individuos, como en la totalidad de ellos.

Así, tras trazar estar coordenadas para situar mi acción reflexiva –y ayudado en parte por un par de botellas de alcohol-, comencé a reordenar datos basándome en Digna, claro está, como el individuo a analizar.

Me di cuenta de esta forma, que todos coincidían en que desde que Digna pasó a vivir al interior de la casa, la dura forma de ser de mi abuela había comenzado a “suavizarse”, al mismo tiempo que la actitud de Digna pareció agriarse cada vez más, llegando incluso a mostrase agresiva con quienes se le acercaban.

Fue entonces que me pregunté otro par de cosas.

¿Habrá “absorbido” Digna la dureza de mi abuela?

¿Sería correcto extraer de esta apreciación la función secreta que tenían las gallinas?

Le di vueltas al asunto, y medité. Las preguntas siguieron.

¿Acaso dormir con una gallina era el secreto para ablandar al mundo?

¿Era esa la forma de llevar al ser humano a ser realmente humano?

¿Poseían las gallinas una naturaleza similar a los suavizantes de ropa, que pudiese aplicarse a las almas…?

Estaba mareado. Mi libreta de apuntes se llenaba y yo sentía que me aproximaba peligrosamente al secreto de la naturaleza humana… pero entonces me di cuenta de algo terrible:

Digna era la excepción a las gallinas. Es decir, comencé a reflexionar y recordé que en realidad la mayoría de las gallinas eran laxas, pasivas… y por ende –concluí-, eran ellas las culpables de nuestra propia rigidez espiritual… ellas eran las únicas culpables de nuestra incapacidad de amar verdaderamente a los otros…

Había descubierto el secreto, comprendí.

Y me dispuse a compartirlo con los otros.


III.

Nadie creyó en mis palabras.

Cada vez que contaba la historia y llegaba a mis conclusiones señalaban que yo era disperso, que confundía razonamientos y hasta me acusaban de explicar a mi conveniencia los distintos fenómenos del mundo, las cosas y la existencia misma.

Y claro, yo intentaba discutir y explicar, pero todo fue en vano.

Los pocos que me tomaron en serio –hasta cierto punto, claro-, concluían que había un error de base en mi lenguaje, y consistía en que si bien la dignidad era una propiedad que podía llevar a alguien a ser digno, la indignidad no existía como propiedad, y por lo tanto, el ser indigno debía provenir de otro “sitio semántico”.

Así que bueno… ese sitio busco ahora.

-Quizá proviene de estar indignados… –dice entonces mi prima, quien aún intenta ayudarme.

Yo le pido que se explique.

-Me refiero a las otras gallinas… –señala ella-, las otras que sí son responsables con su naturaleza… Ellas están indignadas, Vian… y eso las hace indignas, tú debieses saberlo…

Luego ella sigue hablando, pero yo no entiendo nada.

¡Nunca entiendo nada…!

3 comentarios:

  1. hola, pasaba a saludar.
    la última vez que hablamos fue por un virus.
    Espero ande todo bien, o mejor o no sé.
    http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=gAn_bD3IZ2Y#! hoy lo he escuchado mucho.
    Saludos.

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  2. Tremendo tema...!! Pero qué asociación...

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  3. Me atrevería a decir que esa gallina era tan indiferente a las diferencias que hacían los humanos con ella, que entonces ocurre todo lo contrario y parece convertirse en un ser completamente misterioso y mágico cuando en realidad la pobre no esconde nada entre sus plumitas silenciosas y no tiene idea de lo que ocurre. (es curioso como la indiferencia causa completo estupor e intriga en nuestra especie)

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