Estaba en medio de la multitud, haciendo algo.
Por lo mismo, intentaba no prestar atención a nada en lo absoluto cuando un tipo extraño se acercó a hablarme.
-¿Usted me está hablando del ruido social? –me preguntó.
-¿Yo qué?
-Le pregunto si usted me está hablando del ruido social –repitió, alzando la voz.
-No –le dije-. De hecho, ni siquiera le estaba hablando.
Nos quedamos en silencio.
En silencio, aunque en medio del ruido.
-Tal vez usted debería hablarme de eso –dijo ahora.
-¿Hablarle de qué? –pregunté.
-Del ruido social, claro –contestó, como si fuese lo más obvio.
Dejé pasar un rato, intentando que se aburriera y se fuera del lugar.
No lo hizo.
-Si le molesta hablar aquí podemos movernos a algún otro sitio –dijo-. Menos ruidoso…
-No es necesario –repliqué-. No tengo nada que hablar con usted.
Él se mostró extrañado, y me miró de arriba abajo, como si quisiera burlarme de él.
-Pero si fue usted mismo quien comenzó a hablarme y sacó el tema –señaló, molesto.
-Probablemente usted me confundió con alguien… -le dije-. En medio de este bullicio y toda esta gente es fácil que ocurra.
Tras terminar de escucharme volvió a mirarme, visiblemente molesto.
-¡Cobarde! –gritó.
Fingí no escucharlo.
No era difícil porque las otras voces del lugar apenas dejaban oírlo.
-¡Cobarde! –volvió a gritar.
Yo asentí, sonriendo y alejándome de donde él se encontraba.
A medida que lo hacía, observé que él seguía gritándome, pero esta vez, realmente, ya no lo escuchaba.
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