domingo, 21 de septiembre de 2025

De mala gana.



Tanto insistió M., que lo hicieron pasar de mala gana.

Lo llevaron hasta una sala en la que le dieron a entender que debía esperar.

Luego se fueron y M. se quedó solo.

Observando lo que había en el lugar.

En la sala había una silla, una alfombra y una mesa pequeña, anotó mentalmente.

A su vez, sobre la mesa pequeña, había dos libros viejos, algo dañados.

También había un vaso con agua, detenida dentro del vaso quien sabía desde cuándo.

M. observó que nada más, probablemente, hubiese podido inventariarse en aquel lugar.

Aunque ahora, se dijo, yo también he pasado a ser otra de las cosas que hay aquí.

Caminó un poco.

La puerta por la que había entrado había sido cerrada y la otra puerta que había en el lugar no parecía haber sido abierta en años.

Los libros que estaban sobre la mesa era una edición antigua de “Archipiélago Gulag”, de Soljenitsin, y una publicación breve –prácticamente una revista-, sobre el cometa Halley.

M., por cierto, no se atrevió a tocar aquellos libros y decidió sentarse, a esperar.

Mientras lo hacía, pensó que lo peor que podría ocurrir es que comenzara a desesperarse.

Para evitar aquello –o para retrasarlo al menos-, prefirió contar.

No números sueltos, simplemente, sino que hizo cálculos, por ejemplo, sobre las medidas del cuarto en el que se encontraba.

Anotó estas cifras, también, mentalmente.

Por último, calculó que. si no venía nadie en las próximas horas, podría al menos tomar el agua que estaba sobre la mesa y aguantar así unas cuantas horas más, sin sobresaltos.

En cuatro o cinco horas más recién comenzaré a incomodarme, dijo M.

Ahora, todavía, no vale la pena.

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