Estábamos en la montaña, hablando, mientras comenzaba a oscurecer y llegar el frío.
-No te quejes –me dijo-. Igual puede ser peor… A Ío, por ejemplo, la pasa hueveando un tábano.
-No me quejo –le dije.
-Tanto la huevea el tábano –siguió diciendo, sin escucharme-, que la tiene yendo de un lado a otro, sin descanso, y dice que ya no da más…
-¿Quién no da más? –interrumpo.
-Ío, por supuesto –aclara-. El tábano ese la sigue y la pica en cuanto ella se descuida un rato… No puede dormir siquiera…
-Pobres… -digo yo.
Nos quedamos en silencio.
Dejo pasar unos segundos, mientras pienso.
-De todas formas no es tábano sino tábana –digo entonces-, o la hembra del tábano, tal vez… No sé en realidad cómo se dice…
Como me miran con extrañeza, debo explicar:
-Ya sabes… -sigo-, son las hembras de los tábanos las que pican, me parece que buscan sangre para poder alimentar sus huevos… los tábanos machos no pican.
-Pero a Ío la pican por joder, únicamente…
-Nunca es solo por joder –le digo-. Piensa en la canción esa en que las abejas pican las rodillas…
-No la conozco –me dice.
-Pues aunque la conocieras –agrego, molesto-. Igual aunque la oyeras no te darías cuenta…
-Pero…
-Es cierto –lanzo-. Yo sé de lo que hablo.
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