I.
No es fácil equilibrar una silla coja.
Sobre todo si intentas equilibrarla mientras estás sentado sobre ella.
Y es que te desequilibras cuando intentas inclinarte y el error se vuelve esquivo.
Y piensas entonces que aquello de la silla coja no es tan grave a fin de cuentas.
Y desistes.
II.
Por otro lado, puedes cargar tu peso hacia un lado y descansar de esa forma sin mayor problema.
Me refiero a que te dejas sostener, en el fondo, por tres patas.
Lo único malo es que debes estar atento y no olvidarte de donde estás ni cuál es tu soporte.
Y eso, por cierto, no es tan fácil como parece.
III.
Leí un libro el otro día sentado en una silla coja.
Uno relativamente breve, y que no logro recordar ahora.
Mientras lo leía recuerdo haber dejado una serie de indicadores para acordarme que estaba leyendo, justamente, sobre una silla coja.
Todo con el fin, claro está, de no sufrir sobresaltos.
IV.
A pesar de lo incómodo que pueda resultar, me gustaría observar que nadie se cae de una silla coja.
O yo no conozco a nadie, al menos, que se haya caído.
Por lo mismo, tal vez sería bueno analizar si vale o no la pena desgastarnos hablando de su precario equilibrio.
O sobre la dificultad de lograrlo.
Me refiero a que no es tan larga como creen, la vida.
Ni tampoco tan pareja.
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