Sé decirlo mejor.
O sea, creo que sé, al menos.
Y supongo que puedo.
De todas formas, decirlo bien de una vez, debo confesar que me asusta.
No el decirlo en sí, en todo caso.
Sino el posible fracaso de lo que ocurra luego de decirlo de buena forma.
Y es que decirlo bien, es también de cierta forma el argumento final.
La forma definitiva luego de la cual no tendré ya nada que agregar.
Y claro, entonces solo quedará esperar, y guardar silencio, mientras espero.
Así, si nada ocurre, el fracaso será tan grande y tan sólido que no podrá uno evitar chocarse contra él.
Y yo querré haberlo dicho menos bien, como ahora, para pensar que queda aún la chance de una respuesta satisfactoria, cuando lo diga mejor.
Lamentaré no haberlo hecho, quiero decir, y no será por el choque que mencionaba más arriba, sino por el silencio de los otros.
O más bien por la obligación que tiene uno de interpretar –o de fingir interpretar-, ese mismo silencio.
Disculpen que lo diga así, de forma tan desprovista y poco clara.
Pero es también la forma que elijo.
Sé decirlo mejor, me refiero, pero la imperfección de la honestidad se toma a veces mis palabras.
Y prefiero reservar, por el momento, mi última carta.
No es la mejor decisión, por supuesto, pensarán algunos.
Pero supongo que puedo.
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