I.
Míralos bien, no son círculos, me dijo.
Míralos bien, repitió.
Y claro, yo miré.
Varios círculos vi.
Y hasta los conté.
Nueve o poco más.
Igual puedo ser yo el que no entiendo.
II.
Eso le dije:
Igual puedo ser yo el que no entiendo.
Me miró con incredulidad y en sus ojos me pareció ver algo
que me pareció pena.
Tal vez soy yo el que solo sabe ver círculos, agregué.
O el que no entiende.
Dejé pasar unos segundos.
También me pasó otra vez cuando vi una obra sobre Píramo y Tisbe.
III.
Como no pareció escuchar se lo debí repetir:
También me pasó otra vez cuando vi una obra sobre Píramo y Tisbe.
Eso le dije.
Luego expliqué:
Creí que ambos personajes en realidad se habían enamorado de un muro.
O de las distintas caras de un muro, más bien.
Luego ambos, intentando ceder, lo abandonaban.
Ocurre así con todo, me dijo.
IV.
Como no entendí sus palabras, decidió repetirlas:
Ocurre así con todo, me dijo.
Con la comprensión, con los muros y hasta con las grietas de los muros, agregó.
Yo, por supuesto, escuché.
Luego, volví a observar lo que había visto como círculos, por si acaso.
Nueve círculos, conté.
Y se lo dije.
Igual puedo ser yo el que no entiendo.
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