Un pájaro con boca en vez de pico se posó un día junto a mi ventana.
Como nunca me fijo, estimo que pudo haber estado ahí varios días, incluso, observando el interior.
De hecho, lo vi de casualidad, mientras ordenaba algunas cosas, y no noté nada extraño en su comportamiento, hasta que el pájaro me habló.
No en tendí bien lo que dijo, en principio, pues estaba al otro lado de la ventana.
Además, el pájaro no pronunciaba muy bien.
Por lo mismo decidí abrir la ventana y lo invité a entrar, con un gesto.
No entró, en todo caso, pero me habló más claro.
-La vanidad de las tijeras –le oí decir-. La sed de las plantas.
Sé que dijo esto porque lo anoté poco después, cuando todo hubo pasado.
Lamentablemente, como en el momento lo seguí viendo como un pájaro, no intenté entablar con él conversación alguna.
En cambio, me quedé ahí esperando que volviera a hablar, pero no lo hizo.
Dio unos pasos, simplemente, sin decidirse a entrar.
Fue entonces que le puse mayor atención y noté lo de su boca.
Era, me pareció, una pequeña boca humana.
Retrocedí unos pasos, al notarlo.
Me asusté.
El pájaro también se asustó, me pareció, y se alejó volando.
Observé que se posó en un árbol, en casa de un vecino.
Y claro, fue entonces que escribí en un papel lo que dijo, para no olvidarlo.
Más tarde, noté que el pájaro se quedó ahí, simplemente, observando en esta dirección.
Debe haber estado ahí aproximadamente un par de días, calculo.
Luego, finalmente, dejamos de observarnos.
Y yo, por supuesto, cerré la ventana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario