No se disipó, la niebla.
O sea, a la mayoría nos pareció que sí, en un principio, pero realmente no se disipó.
Lo supe porque escuché a varios expertos hablar de ello y exponer una serie de pruebas que así lo confirmaban.
Dudé en un inicio, pues me parecía ver de lo más bien, y hasta recordaba el periodo de la niebla como un tiempo confuso, distinto… pero luego los expertos me convencieron.
-Lo que pasa es que uno se acostumbra –me dijeron-, y el ojo se adapta a la niebla del mismo modo como se adapta el oído cuando hay un ruido molesto o como se adapta el olfato ante algún olor demasiado notorio o desagradable… lo dejamos de ver, de escuchar, de oler…
Esto me lo dijeron, por cierto, de manera personal, luego de varias conferencias en que los expertos notaron mi presencia y adivinaron –supongo-, mi desconfianza.
Yo me limitaba a hacer preguntas breves, ligeramente técnicas luego de un tiempo, y tomaba apuntes en un cuaderno, de forma arcaica, es cierto, lo que debe haber llamado su atención.
Así, ocurrió que fueron ellos los que comenzaron a preguntarme quién era yo, y cuáles eran mis estudios y motivaciones para asistir a esas charlas de manera tan asidua.
Yo, sin embargo, me negué a contestarles –no con la verdad, al menos-, y evadí sus preguntas buscando analogías con la niebla y otros fenómenos, que nos llevaban a comportarnos de forma similar.
-Dejarán de verme en poco tiempo –les dije-, ya falta poco…
Y ellos, ciertamente, aceptaron que tenía razón.
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