I.
No deshaces las maletas.
Las abres sí, de vez en cuando, para buscar algo.
Luego las cierras, simplemente, otra vez.
No sé si eres consciente de todo aquello, pero yo te observo hacerlo.
Me refiero a que sacas lo imprescindible de las maletas, y nada más.
A veces pienso que, si yo viniese dentro de una, ni siquiera me sacarías.
O me sacarías solo un rato, y luego me volverías a guardar.
Y es que crees que estás de paso, prácticamente todo el tiempo.
Eso crees, al menos, aunque en realidad no sabes.
II.
Salimos del cuarto y volvemos a entrar.
Esa es más o menos la rutina.
Cuando lo hacemos, te gusta acercar las maletas a la puerta, como si ya fueses de salida.
Es una manía, me dices, cuando me atrevo a preguntar.
No hay nada más oculto.
Simplemente no deshago las maletas.
No es como para escribir un texto sobre ello, alegas.
Es algo que hago, nada más.
III.
No deshaces las maletas.
Sacas y guardas cosas en ellas, pero no las deshaces.
Y es extraño.
O sea, no sé tú, pero yo al menos lo encuentro extraño.
Incluso, en un momento llegué a pensar que escondías algo ahí.
O que alguien te había reemplazado y tú estabas en realidad allá adentro.
Maniatada hasta el punto que no puedes salir, ni gritar auxilio.
Pero claro, la imaginación también me ha engañado otras veces, así que la dejo ir.
Haz como quieras, te digo finalmente, trataré que no me afecte.
Y eso hago.
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